martes, 27 de mayo de 2008

El Sueño de Elíades - (Libro completo)

I
En un lugar de la galaxia donde brillantes y gigantescas estrellas relucían haciéndose notar sin esfuerzo alguno, una luz muy pequeña, apenas visible, de fulgor oscilante, llamaba la atención de científicos y astrónomos. Enormes telecospios habían sido creados a fin de conocer el origen de tan extraña luz, tan distinta de todo lo que poblaba el universo conocido.

Los científicos habían descubierto, finalmente, y tras largos esfuerzos, que allí, donde parecía que nada más había, existía un muy muy muy pequeño planeta, de color maíz tostado, el que, todos aseguraban, era imposible que estuviera habitado.

Sondas habían sido enviadas una y otra vez. Fotos y más fotos eran estudiadas cuidadosa y meticulosamente. Los científicos discutían entre sí, fervorosamente, tratando de defender posiciones antitéticas. Pero, la realidad era que, sin importar cuanto lo intentaran, nadie lograba saber nada concreto del tan pequeño planeta vecino a todos los grandes astros.

Finalmente, Elíades fue elegido para comandar la primera expedición tripulada. Eligió a 2 de los mejores astronautas conocidos. Cada uno de ellos se haría cargo de un área en especial. Podía confiar en ellos como en sí mismo y sabía que los tres darían todo de sí, sin arriesgar a nadie más. A último momento, sin embargo, algo pasó. Una simple gripe dejó a uno de ellos en tierra, tomando su lugar una doctora altamente eficiente, pero nada simpática. Así fue que partieron hacia allí.

El viaje llevaría unos cuantos días, de modo que fueron provistos de todo el material fotográfico disponible para que lo examinaran detenidamente y supieran a qué enfrentarse y qué podían encontrar.

Elíades no daba crédito a sus ojos. Las primeras fotos solo mostraban un terreno arenoso y era evidente que no había signo alguno de vida. La doctora misma insistía que, en semejantes condiciones, era imposible que organismo alguno pudiera sobrevivir. Sin embargo, debía reconocer, no sabían nada sobre la temperatura del planetoide. Quizás, si fuese un desierto caluroso…

Cuando las primeras fotos fracasaron, los seres de los planetas vecinos habían decidido enviar sondas con telescopios aún más potentes. Entonces, comenzaron a vislumbrarse pequeñísimos canales, más como huellas de una serpiente deslizándose por la tierra que como la obra deliberada de alguna forma de vida. Elíades estaba convencido de que podía ver pequeñísimas formaciones elevarse del terreno, pero sus compañeros insistían en que se trataba sólo de la distorsión del lente por la distancia.

Las últimas fotos que encontraron en el legajo que les entregaron, parecía cambiar totalmente la situación. Era cierto, pequeñísimas elevaciones tomaban forma en el pequeñísimo planeta surcado por, ahora más claramente visibles, canales de riego. Sin embargo, seguía siendo imposible encontrar signos de vida alguna. Quizás, en algún pasado bastante remoto, esas tierras hubiesen sido habitadas por antepasados de los humanos galácticos. Sus compañeros lo miraron sorprendidos e incrédulos. ¿Qué hacía pensar algo semejante a Elíades? Era imposible que seres tan tan pero tan pequeños hubiesen podido despegar de su planeta y ni soñar con cruzar la galaxia.

Pero Elíades había visto algo que sus compañeros pasaron por alto o, quizás, él podía ver y los demás no. Ninguno de los informes hacía referencia a lo que él estaba viendo. Como si nadie más lo hubiera visto. Un rostro, un rostro humano parecía dibujarse en la superficie del planeta. Una ilusión creada entre los canales y lo que semejaban pequeñas pirámides abigarradas creando el aspecto de ojos, nariz y boca.

La primera vez que lo vió, los ojos estaban cerrados, como durmiendo. Su mente le decía que era imposible que fuese real. Ningún telescopio lo había detectado, ningún científico. ¿Por qué entonces él lo veía? Decidió guardar todas las preguntas en su interior. No comentarlo más con sus compañeros. Nada de todo esto existía para alguien más que para él mismo. Y ni siquiera estaba seguro de sí mismo. A veces, sólo a veces, el aislamiento en medio del espacio, en una nave como esa, podía provocar cierta alteración en los mecanismos de percepción del cerebro. Nunca le había pasado antes, pero siempre había una primera vez, como sus jefes decían y, tampoco era tan joven como para confiar plenamente en sus mecanismos internos.

Esa noche cayó rendido en el pequeño cubículo que hacía de dormitorio. La falta de gravedad, le permitía dormir en cualquier posición que quisiera y disfrutaba “dormir en su colchón de aire” como lo llamaba. Sin embargo, lo sencillo de las actividades cotidianas nunca lograban cansarlo realmente y lo habitual era que no durmiera mucho en esos viajes, ya que gozaba de un enorme potencial energético que le permitía grandes hazañas con poco descanso.

Un sueño muy extraño lo atrapó. El rostro del planeta, dormido inicialmente, comenzó a despertar abriendo sus ojos y dirigiendo la mirada hacia él, con una enorme sonrisa, y en un tono de voz totalmente desconocido e incomparable con algo conocido, le dice “Bienvenido. Estábamos esperándote”. El sueño se repetía una y otra vez como dándole tiempo a reflexionar, a acostumbrarse, a reconocerlo. Su mente funcionaba de manera extraña. Sabía que estaba durmiendo y, a la vez, sabía que su experiencia era real. El conflicto llegó a ser tal que, finalmente, se despertó. Miró alrededor. No habían pasado más de 5 minutos desde que se había dormido. Todo había sido tan real. No lograba distinguir el sueño de la realidad. No sabía qué pensar. La doctora lo llamó. Controles de rutina. Eso despejó su mente por completo y lo llevó a olvidar todo lo sucedido.

Una horas más tarde, retomaron la observación de las fotografías. Debían decidir cómo acercarse al planeta y, ya que no podrían aterrizar la nave, cómo hacer que Elíades descendiera utilizando los cohetes portátiles para transporte. Desparramaron todas las fotos en el espacio de la nave, aprovechando la falta de gravedad, dejándolas suspendidas para tener una mejor idea de cómo se vería el planeta al llegar. De pronto, el corazón de Elíades dio un vuelco. Ni una expresión cruzó su rostro, ni el más mínimo sonido salió de su boca. Era un hombre de un gran autocontrol por eso nadie sospechó lo que sucedía. Pero Elíades no daba crédito a sus ojos ni a la experiencia que estaba teniendo. El rostro, que sólo él veía en las fotos, tenía ahora sus ojos abiertos, como mirándolo, y sonreía. Comenzó a pensar en otros astronautas, viejos profesores suyos que, muchas veces les habían advertido sobre las alucinaciones que ciertas atmósferas planetarias podían provocar en un cerebro por bien entrenado que estuviera. Jamás, jamás pensó que podía pasarle a él. Reflexionó por un momento si era el hombre adecuado para descender. Su inestabilidad podía poner en riesgo la misión. Por primera vez en su vida, deseaba estar solo por un momento para poder entender lo que sucedía, pero algo así era absolutamente imposible en una nave como esa, o en cualquier otra. Quizás, cuando lograra salir de ella, todo se volviera claro para él. Quizás, en ese corto viaje entre la nave y el planeta, mientras flotara suavemente por el espacio sin otra cosa más que él mismo, podría comprender qué le estaba sucediendo.

Sus compañeros lo llamaron. Estaban ya casi sobre el planeta, pero un descubrimiento crítico obligaba a revisar los pasos a seguir. Los tres observaron por la escotilla delantera. No podían creerlo. Era imposible para un hombre colocar un pie en el planeta de tan pequeño que era. Era imposible colocar un pie sin destruir canales o pequeñas construcciones. Deberían redefinir íntegramente los objetivos de la misión. Utilizando sus cámaras exteriores, y aprovechando su extraordinaria resolución, lograron reconocer la enorme cantidad de construcciones que cubrían la superficie del planeta. Muchos científicos habían sugerido que sería equivalente a la mitad de la superficie de la luna terrestre. Otros, en cambio, insistían en que creaba la ilusión de pequeñez pero que las construcciones sólo podían existir en planetas de mayor tamaño. La realidad era que, ahora, frente a él, era evidente que todos estaban equivocados. El planeta no parecía mayor a una pelota de fútbol. Pero, entonces, qué clase de seres podían haberlo habitado y qué civilización había tenido desarrollo en un lugar así. Más importante aún, ¿por qué habían desaparecido?

Nuevamente, Elíades había olvidado por completo al rostro dibujado en la superficie. Tenía problemas bien concretos que resolver. Su mente ya no tenía tiempo para vagar en alucinaciones.

Decidieron olvidar todos los protocolos y órdenes recibidas. Él saldría de la nave y se acercaría lo más posible. Llevaría consigo un pequeño telescopio capaz de amplificar 1000 veces las imágenes para asegurarse de no poner el pie sobre ninguna construcción. Trataría de encontrar algún campo abierto donde apoyar la punta del pie.

Preparado con su equipo, y con su mente bien enfocada en el problema, Elíades salió de la nave y en pocos minutos se encontraba frente al planeta. Era un privilegio poder ser testigo de algo así. Dudaba que existiera otro en toda la galaxia conocida. Realmente no superaba a una pelota del viejo fútbol. Lo rodeó lentamente enfocando con el lente hasta que encontró un pequeño espacio libre, como un campo sin sembrar, y allí apoyó la punta de su pie derecho. Una pequeña sensación de picazón en el espacio justo donde el pantalón se encuentra con la bota, lo molestó apenas sin que por eso se desviara su mente. Sacó la pequeña cámara que le entregaran los científicos de su planeta y comenzó a fotografiar. Era evidente que una civilización extraordinaria había construido una ciudad impresionante alrededor de todo el planeta. No se veían plantas y todo parecía absolutamente seco, como si desde muchos siglos atrás, ni una gota de agua hubiera corrido por sus tierras.

Una vez cumplido todo lo previsto volvió a la nave. La experiencia era impresionante. Todo él era mucho más grande que ese planeta cuya luz, sin embargo, lograba llegar a toda la galaxia. Entonces tomó conciencia. Se dio cuenta por primera vez. ¿Cómo era posible que emitiera luz, y que esa luz tuviera tal intensidad que pudiera cruzar el espacio infinito? Quizás hubiera en algún lugar una fuente de energía poderosa. Sin embargo, lo había visto todo (lo que, obviamente, no era nada difícil) y no había distinguido nada.

Entregó todo su equipo a sus compañeros para ordenarlo y clasificarlo. Las fotos, piedras, por supuesto, algo de la tierra y su vestimenta. Se retiró a su “colchón de aire”. Se sentía débil, muy cansado. Quizás no fuera el planeta, sino la edad. Sólo deseaba dormir. Y eso hizo ni bien encontró la posición adecuada para descansar.

Pronto se vió a sí mismo en un lugar de extraña belleza. La tierra tenía el color del maíz tostado y el horizonte la unía a un cielo bellísimo de color verde iluminado por un sol del más maravilloso azul. Una sensación de perfección absoluta rodeaba todo el paisaje, un sentimiento de armonía y unidad calmaban toda agitación interna. Como si sólo el ahora, el presente eterno y la eternidad, fueran la absoluta realidad.

Ante él se abrió un camino frente al cual se encontraba parado un ser extraordinario, de varios metros de altura, quien, con una enorme sonrisa de bienvenida, le hizo gesto de avanzar. La luz de este ser era de tal magnitud que alumbraba la totalidad del camino y hacía al cielo adquirir brillos iridiscentes en miles de tonos verdes diferentes.

Elíades continuó avanzando. Sus pies recorrían canales inmensos que parecían una red nerviosa, cada uno comunicándose con el siguiente, como llevando mensajes a uno y otro lado hasta que la totalidad de la conciencia que habitaba allí estaba impregnada del mensaje transmitido.

El paisaje comenzaba a cambiar. Lo que antes parecía un desierto monocromo iba transformándose ante sus ojos en un lugar de extraordinaria riqueza y colores desconocidos. Por los canales comenzó a circular agua con reflejos diamantinos que iluminaban la orillas donde pequeñas algas doradas crecían, desde el fondo hacia las riberas y trepaban increíbles por los troncos de árboles cobrizos que volcaban sus copas violadas hacia el lado opuesto, a la vez que ramas de oro puro se alzaban casi como tocando el cielo que parecía vibrar en una melodía silenciosa pero perfectamente clara en el interior de su cerebro. Nada era conocido y, sin embargo, en esa sinfonía de colores tan extraña, todo se volvía perfectamente armónico. Cada parte, cada planta, cada ser, al vibrar hacía vibrar la totalidad de lo que lo rodeaba. Hasta el cielo vibraba con el aleteo de bellísimos pájaros dorados tornasolados, que reflejaban todos los colores del lugar en las larguísimas plumas de la cola o en las estilizadas alas que parecían flotar sin esfuerzo en un aire cargado de perfumes extraños. Nada de lo que veía lo había visto antes y, sin embargo, una profunda sensación de estar en casa lo dominaba más y más.

Pronto llegó a los pies de una pirámide. Era gigantesca. Apenas podía divisarse la cima. No era una montaña. Era evidente que había sido construída deliberadamente. Miles de escalones conducían hacia arriba. Eran terrazas, parecidas a las terrazas de cultivo que se usaban en la antigüedad. Dos tercios de esas terrazas eran vegetación pobre, monocroma, confundiéndose con la pared. Debería subir por la arista. No había espacio alguno a su alrededor para colocar sus pies como no fuera allí. Comenzó a ascender preguntándose si alguna vez llegaría hasta el tope.

En un momento, cansado, y con la sensación de que el aire cambiaba, se detuvo a observar. Su primera sensación fue de vértigo. Descubrió que subía por el espacio más pequeño y que, al mirar hacia los lados y hacia abajo, parecía estar subiéndo casi en el aire. Las terrazas creaban una ilusión de vacío. Al ascender, la vegetación se volvía más y más rica. Flores de colores extraños, entrelazándose entre sí, se fundían en el paisaje. Apenas podía divisarse el propio pie en ese ambiente de ilusiones y abundancia.

Miró hacia arriba. Por primera vez, divisaba la cúspide de la pirámide. Salvo un milagro, podía ver que no habría lugar para pararse allí. Casi como que no tenía sentido llegar. Sin embargo, la belleza surrealista que lo rodeaba, el aire que ahora penetraba en sus pulmones, la experiencia de alcanzar algo que nadie más logró, eran motores suficientes para impulsarlo a seguir.

Nunca supo cuánto tardó, pero finalmente, allí estaba. La había alcanzado y, de alguna forma, ambos pies habían encontrado una base firme de apoyo. La experiencia era increíble. Todo había desaparecido. Ya ni la pirámide era visible. Tan alto estaba que sólo podía ver el infinito absoluto del que todos formamos parte. El sol estaba lejano, casi como una estrella en el horizonte. Cientos y miles de estrellas parecían danzar alrededor suyo. Podía sentir cientos y miles de ángeles elevar un canto de gloria al Señor de los Cielos. Había gozo a su alrededor. Había celebración. Experimentaba sentimientos y sensaciones que ni sabía que existían. Su corazón se expandía a tal punto que parecía que iba a estallar en miles de pedazos. Un enorme espacio se abría allí, en su interior, y el universo y la totalidad de la creación parecían ocupar su lugar. Sintió mucho más que la unidad. Sintió mucho más que gozo. Sintió mucho más que paz. Experimentó el SER. Experimentó la realidad última de la que todos somos uno. El Uno sin fronteras, sin limitaciones, sin tiempo. De pronto, una verdad absoluta se rebelaba plenamente ante él. Nada de todo lo que había visto o hecho en el pasado parecía ahora tener importancia alguna. Todo era relativo. Todo era mínimo. Todo era pasajero. La Conciencia que Es, es Ahora y es Todo. Sin tiempo, sin espacios, sin historias, sin fracciones. ES, y eso es todo.

De pronto, un terrible dolor lo atravesó. Sintió como algo que moría en su interior. Parecía que podía sentir y saber lo que cada ser en cualquier lugar del universo sentía o sabía. Todos eran parte suya y él era parte del todo.

Pero el dolor era tan intenso que, por fin, despertó. Al abrir los ojos, vio a la doctora, siempre tan cerebral, parada frente a él, con expresión preocupada y crítica. “Creímos que lo perdíamos”. Fue su comentario seco y tajante. “Trajo una infección del planeta. Tuve que medicarnos a nosotros también para evitar el contagio. Sólo Dios sabe qué fue. No hay bacterias ni nada que haya podido recoger”.

Elíades la miró con ternura y compasión. De algún modo, en algún lugar de ese Ser suyo que había experimentado la unidad, sintió que la doctora acababa de destruir a uno de los más grandes seres que poblaban el infinito. A un maestro que lo había guiado en un viaje extraordinario al centro mismo de la existencia. Bendijo al maestro y elevó una plegaria por su compañera. Su corazón, aún expandido, bendecía a cada maestro que habitaba el increíble planeta color maíz. Sin duda, una civilización extraordinaria se desarrollaba en él y esperaba que, pronto, pudieran expandirse por toda la galaxia como se habían expandido en él.

Mientras Elíades descansaba y la nave regresaba a casa, miles de maestros ocultos viajaban desparramados entre las botas, los guantes, los cohetes propulsores y el equipamiento para poder alcanzar, al llegar, a miles de otros Elíades, dispuestos a iniciar la expedición más valiosa de sus vidas.

Inesperadamente, las comunicaciones quedaron cortadas. Nadie daba crédito a lo que sucedía. Hacía ya muchos siglos que habían superado todas las debilidades de la tecnología espacial. Su compañero se dirigió de inmediato a la sala de comandos acompañado de mala gana por la doctora que sólo ansiaba terminar con una experiencia que le parecía absolutamente inútil.

Elíades agradeció al cielo por esa oportunidad de estar solo unos momentos. El ansia de soledad comenzaba a dominarlo. Él que siempre se había rodeado de la mayor cantidad de gente posible, como en un intento de no escuchar el vacío que sentía en su interior.

Cerró los ojos y tomó una posición levemente horizontal ya que el pequeño cubículo en que estaba apenas le daba espacio. Gozaba de esa sensación de flotar en la nada que le permitía la falta de gravedad. Sus compañeros siempre lo criticaban por dejar la nave en gravedad cero. No había ninguna necesidad, pero él era el comandante y podía elegir. De a poco, se fue llenando de un silencio profundo nacido desde su interior. Por un momento, sintió que no había espacio ni tiempo, que sólo habitaba la eternidad. Entonces, una voz comenzó a hablar dentro suyo. Tenía una especial dulzura y un enorme poder y autoridad. Sabía bien que no era su propia mente. La voz venía desde dentro, y a la vez desde fuera de sí mismo, desde más allá.

“Elíades, Elíades, escucha. No he muerto. Nada puede hacerlo. Tu medicina sólo alteró el balance químico de tu cuerpo que ahora vibra en una dimensión diferente. Pronto reestablecerá el equilibrio por sí mismo. Has entrado en una nueva dimensión de conciencia y todos tus procesos físicos serán distintos. Tu propia alquimia ha despertado una dimensión nueva de existencia. Todo será nuevo a partir de ahora, pero lo sentirás como si siempre hubiera sido así. Tú sabes que así es. No te preocupes por lo que te rodea ni por lo que el mundo te demande. Serás provisto. Sabrás siempre qué hacer y, si no recibes una respuesta clara, sólo espera. Significa que ninguna acción es necesaria. Pasarás por algunas pruebas en tu camino y eso está bien. Lo comprenderás después. Deja que los demás te vean actuar. No te ocultes, no ocultes lo que eres ahora, lo que siempre fuiste. Escucharás mi voz en el silencio, estaré contigo siempre. Hace mucho clamaste en el desierto pidiendo que viniera a ti, y aquí estoy. Otros lo han hecho también y recibirán respuesta muy pronto. Deja que el plan se concrete.”

Elíades lloraba. Tan profundo era el amor que sentía derramarse sobre él y tan grande la expansión de su corazón que era como si el universo mismo estuviera diciéndole “Te Amamos. Estás bajo nuestro cuidado”. La vivencia trascendía el amor de la madre, aún cuando su madre no había sido la expresión de ese amor arquetípico que él llevaba dentro. Pidió al Cielo unos momentos más de soledad para acomodarse, y comprendió que ya ni pedir necesitaba.

II
Unas horas más tarde, la nave descendió suavemente en la base. Un equipo de especialistas de todo tipo los rodeó y comenzó a examinar, separar y clasificar cada una de las partes del equipo. Ya estaban informados de la infección y querían verificar su origen. Los tres fueron trasladados a una unidad especial para realizarles estudios médicos y psicológicos. Sin embargo, no era tan mala la situación. Salvo el momento especial de los estudios, cada uno permanecía aislado de los demás, lo que le daba buenos momentos para gozar de su nueva situación y, al mismo tiempo, resolver qué pasos dar a futuro.

Los estudios médicos no parecieron sorprender a nadie. Los resultados fueron excelentes y todos supusieron que la habitual eficiencia de la doctora había resuelto la situación. Cuando llegó el momento de la evaluación psicológica, sin embargo, todo fue diferente. Él mismo se escuchaba contestar las preguntas de una forma tan distinta de la que estaba acostumbrado que lo ayudó a comprender la dimensión del cambio que había tenido lugar. Cosas que habían sido tan importantes para él en el pasado, parecían absolutamente inútiles ahora. Situaciones que le hubieran parecido imperdonables o de extraordinaria trascendencia, parecían ser sólo partes de una obra teatral de la que apenas somos actores, e incluso no siempre somos conscientes de nuestro propio papel. Sin embargo, una enorme paz acompañaba todos sus dichos y su nueva visión de las cosas.

Cuando la última de las tres sesiones había terminado, sin cenar, se retiró a su habitación. Comía menos. Ya lo había notado. Algunos lo adjudicaban al efecto residual de la medicación, pero él sentía que no necesitaba tanto alimento. Ya no buscaba y no necesitaba llenar sus vacíos con satisfacciones externas. Una sensación de completud lo satisfacía también físicamente.

Esa noche no pudo dormir. En su cama, boca arriba, con las manos bajo la nuca, no dejaba de repasar la totalidad de la charla con la psicóloga que lo había evaluado por la tarde. No la conocía. Nunca la había visto y, al mismo tiempo, un sentimiento familiar lo hacía sentirse unido a ella. No era amor, no era deseo. Más parecía la sensación de haberse reencontrado con algún viejo conocido. Sus ojos parecían tan familiares, tenían una profundidad oculta, como encubierta.

Muy temprano los tres miembros de la tripulación se encontraron para el desayuno. Habían recibido la orden de reunirse primero con el comité de evaluación y luego con el equipo técnico que había estado revisando tanto la nave como el equipo de traslado al planeta. Se dirigieron juntos al salón de reuniones. Ya estaban allí los médicos y los psicólogos. Al pasar junto a ella, un ligero estremecimiento lo corrió de arriba abajo y una imagen vino a su mente. Se vió a sí mismo en una playa de mares rojizos y fina arena dorada, de pie, abrazando a una joven algo más baja que él, muy delgada pero elegante, que vestía una túnica dorada como la arena y sandalias de tiras muy delgadas que subían por sus piernas. Él la sostenía por la cintura, rodeándola con su brazo derecho y ambos contemplaban ese mar extraño en el que se reflejaban cientos de diminutas luces suspendidas en un cielo apenas celeste, casi blanco. Las pequeñas luces eran seres apenas visibles cuyos cuerpos no eran más que mínimos centros de energía blanca rodeada por un halo color oro puro sólo un poco más grande que el cuerpo central.

Cada uno se ubicó en su taburete y comenzó la reunión. Todos habían pasado con éxito las pruebas físicas, sin embargo, cuando llegó el momento de la evaluación psicológica, todos coincidían en que Elíades mostraba signos de stress profundo que se manifestaba en su desinterés por los temas que siempre lo apasionaban y por aspectos centrales para la vida de cualquiera.

Elíades escuchaba silencioso pensando qué difícil sería a partir de ese momento combinar sus intereses con el mundo en que vivía. Era cierto, ya no le interesaban las mismas cosas que antes y lo que para todos eran temas centrales y de interés vital, para él ya no eran más que juegos intrascendentes en el que nadie gana nada y, desde ya, nadie aprende.

La conclusión final fue concederle unas buenas vacaciones, como dijo uno de ellos, y que colaborara libremente y a su voluntad con los técnicos que estaban evaluando la nave.

“Será una gran experiencia para ud.”, dijo la psicóloga mirándolo directamente a los ojos. Lo tomó por sorpresa. No esperaba que ella hablara. Generalmente, el miembro más nuevo de un equipo no tomaba participación especial y sólo entregaba sus conclusiones al coordinador. En el momento no pudo reaccionar. Sólo quedaron flotando en su memoria las palabras y su mirada clavada en él.

Al terminar la reunión, los técnicos le pidieron que los ayudara. No habían logrado encontrar absolutamente nada que explicara la falla en las comunicaciones ni el origen de la infección. Pero, al mismo tiempo, tampoco lograban encontrar polvo del suelo del planeta en las botas que llevaba. Los estudios realizados a las muestras que llevó los tenían totalmente desconcertados. Parecían tierra y piedras de su propio planeta. Compuestos comunes, a excepción de uno de ellos, totalmente desconocido en la Galaxia y cuyos componentes no lograban aislar.

Elíades estaba agradecido de poder concentrarse sólo en cosas técnicas. Él mismo deseaba, en el fondo, saber más sobre ese planeta tan peculiar. Se sentaron a hacer la reconstrucción de su visita al planeta. Habían moldeado una esfera de tamaño semejante y colocado sobre ella las construcciones que aparecían en las fotos. Luego la habían recubierto de tierra y algunas piedras. Él la observó atentamente. La verdad era que no parecía más que una pelota burda con tierra pegada. Sin embargo, cuando estuvo allí todo era diferente. Había algo que lo hacía especial. Hicieron cientos de pruebas de pisadas en la tierra y todas las veces, las botas quedan manchadas con el color de la tierra. No lograban explicar cómo era posible entonces que hubiesen regresado totalmente limpias.

Luego examinaron las fotografías. En efecto, toda la superficie estaba cruzada por canales que habían sido construídos deliberadamente. De seguro, en algún pasado remoto había habido agua en el planeta pero, por alguna razón, se había evaporado por completo. No habían encontrado rastro alguno de agua en la tierra ni en las rocas. Él sugirió que quizás no fueran canales para agua sino como una red de conexiones nerviosas que intercomunicaran todo el planeta. Luego de decirlo, casi sin pensar en verdad, vió las miradas de los técnicos y comprendió que su hipótesis estaba lejos de alcanzar su imaginación, muy limitada por las estructuras rígidamente definidas de la ciencia.

Las construcciones les parecieron familiares. Hacían recordar las viejas pirámides distribuidas en muchos de los planetas de la galaxia. Sólo que estas eran diminutas, como todo lo de allí. De hecho, no había otra cosa más que pirámides, una junto a otra, base contra base, sin puertas ni ventanas, pero de una belleza y perfección geométrica que hacía pensar en una civilización extraordinaria y exquisita. Todo parecía fabricado con la misma arcilla maíz tostada que cubría la totalidad de la superficie.

Entonces recordó el rostro que había visto en las fotos en la nave. Buscó y rebuscó, pero no logró encontrarlo. Les reclamó la falta de esa fotografía, sin mencionar el rostro, sólo haciendo referencia a una situación particular que la caracterizaba. En el centro de la foto, se podía ver una construcción rectangular, de techo plano a diferencia de todo lo demás, y algo más baja. Nadie la había visto. Sólo recordaban las pirámides y los canales. Quizás se hubiera traspapelado.

Pasó el día recordando todo lo sucedido y revisando detenidamente las fotos, hasta que llegó el momento de la cena. Se sentaron todos juntos alrededor de una mesa y entre bromas, risas y una hermosa sensación de camaradería, la velada fue extendiéndose más allá de lo habitual.

Decidió quedarse a vivir unos días más en el edificio central, sin regresar a su hogar, para estar cerca de los técnicos mientras se terminaba la investigación. Al llegar a su habitación, encontró un sobre bajo la puerta. En su frente decía: “No se perdió. Lo que viste no está allí. Pero no la muestres a nadie. La magia del espíritu supera la magia del humano”. Abrió el sobre y encontró la foto que faltaba. Era cierto, el rostro ya no estaba allí, pero sí la construcción rectangular. ¿Quién sabía? Primero pensó en su compañero. Imposible. Lo conocía extremadamente bien y sabía que no había nada aún en él que le permitiera pensar en algo más que lo inmediato o lo obvio. La doctora…, ¡ni hablar! La mujer más fría y seca interiormente que hubiese conocido. No había nadie que hubiese podido acceder a la foto y, además, sacarla sin que nadie lo notara. Pensó en los técnicos. No los conocía lo suficiente como para sacar una conclusión. Además, todos parecían iguales y hasta parecían pensar como una sola cabeza. Se quedó pensando en la cena, si alguno de ellos se había destacado más que los otros de alguna forma: por su mirada, o su risa o sus comentarios. Sí, había uno. Sólo uno. Su mirada era distinta. Parecía mezclarse con todos y casi hasta parecía hacerlo a propósito, pero había un brillo y una profundidad en la mirada que lo mostraba como alguien conciente de sí. ¿Cómo era su nombre? Se los habían presentado a todos al mismo tiempo y casi lo habían mareado. Siempre había tenido facilidad para memorizar nombres de planetas, minerales y hasta coordenadas, pero los nombres de las personas se le escapaban como agua entre los dedos.

Por fin, se acostó. Estaba cansado. Físicamente cansado por el trabajo. Un cansancio muy agradable, sano, limpio, sin sentimientos de agobio o saturación entremezclándose. Quedó dormido de inmediato y profundamente.

¡Alahel! ¡Alahel! Lo despertó una voz que gritaba en su interior. Sí, era cierto, el nombre del técnico era Alahel y venía de un planeta relativamente cercano al suyo, pero también en línea directa con el pequeño planeta color maíz. Tenía un rostro limpio, despejado, cabellos cortos sueltos, oscuros como sus ojos. La piel muy blanca. Era alto, elegante pero muy sencillo en sus gestos y sus expresiones. Recordó que le llamó la atención porque se expresaba con pocas palabras bien claras, sencillas y precisas. Trataría de conocerlo más y acercarse a él a ver qué más sabía.

La mañana siguiente una fría y fina llovizna cubría gran parte de la superficie de su planeta. Siempre era así. No tenían estaciones marcadas. Sólo que mientras llovía constantemente en una mitad del planeta, en la otra brillaba un sol celeste que invitaba a descansar al aire libre. Así que la mitad lluviosa era la ideal para trabajar intensamente. Luego del desayuno buscó a Alahel entre los técnicos pero no lo encontró. Sus compañeros le dijeron que habia tenido que viajar, por ese día de regreso a su planeta para informar las conclusiones que habían alcanzado hasta el momento.

Alahel no regresó. Los coordinadores de su planeta lo retuvieron para que continuara la investigación allí comparando los resultados de las observaciones anteriores con las conclusiones de la expedición.

Los próximos días transcurrieron serenos hasta que Elíades decidió que ya era tiempo de regresar a su propio hogar. Empacó sus cosas y se marchó. Ya nada lo retenía allí. Y era el momento de decidir cómo seguir con su vida. Su licencia no tenía fecha de terminación, así que era libre para ordenar su mundo según la nueva realidad que estaba viviendo. Y no desaprovecharía esa oportunidad.

III
Alahel venía de un planeta lejano, casi en los confines de la Galaxia. Debido a la distancia, pocos conocían su historia. Su gente tenía sumo interés en las conclusiones de la expedición ya que guardaban un secreto ancestral, por un acuerdo tácito entre todos, que se transmitía de generación en generación. Una cierta sabiduría, o precaución interna, les decía no hablar de él.

Apenas su nave llegó a la base, seres del Consejo gobernante del planeta, lo recibieron con los brazos abiertos y grandes sonrisas, ansiosos por escuchar sus conclusiones. Todos juntos se trasladaron a un centro de reuniones ubicado en una de las avenidas centrales que circunvalaban todo el planeta, dividiéndolo en dos mitades idénticas. En el centro de esta gran avenida, nacía otra, perpendicular a ella con lo que se dibujaban cuatro cuartos, cada uno de los cuales tenía un clima único y especial, distinto del de los restantes. Pero lo más curioso era, en realidad, que allí donde ambas avenidas planetarias se cruzaban, en tiempos remotos, habían encontrado, enterrada unos pocos metros bajo la superficie, una gran plataforma rectangular, de techo plano. Cuando los científicos la encontraron, accidentalmente, dedujeron que había sido construída por alguna civilización previa a la de ellos y muy antigua, cuyos rastros e historia habían desaparecido casi por completo. Las investigaciones continuaron alrededor de este descubrimiento con innumerables excavaciones que dejaron al descubierto la existencia de una serie de canales que, según deducían (hubiera sido imposible excavar todo el planeta) se interrelacionaban cruzando todo el planeta. Ocasionalmente, alguna construcción en forma piramidal había aparecido, lo que hacía presuponer que podría haber habido otras, ya que la mayoría de los edificios estaban destruídos.

Alahel ocupó el lugar central del salón y desplegó en una enorme pared autoimantada la totalidad de las fotografías recogidas. Relató todo lo que Elíades les había contado y los resultados del trabajo de los técnicos. Una vez terminada su exposición, uno de los Seres del Consejo, el que había elegido manifestarse con una apariencia de hombre mayor para mostrar que llevaba algunos siglos más de manifestación que el resto, con serenidad y aplomo, formuló su pregunta: “-¿Ha visto, ud, quizás, alguna foto que semejara un rostro humanoide dibujado en la superficie del planeta?”

Alahel se quedó mirándolo. Nadie podía decidir, por su expresión, si pensaba que el miembro del Consejo estaba loco o si trataba de ocultar información. Con su expresión clara y directa, emitió un simple “NO”.

El Consejo le agradeció profundamente sus servicios y le ofreció unos días de vacaciones, pidiéndole que se mantuviera disponible en caso de que quisieran hacerle algunas preguntas. Conservaron todo el material que les entregó y se reunieron a puertas cerradas.

Alahel se retiró a su hogar, ubicado en el cuarto superior derecho del planeta, el que tenía el clima más frío, con sus caminos cubiertos siempre de una suave nevada celeste y el cielo relucía con iridiscentes tonos rosados y amarillos. No muchos deseaban vivir ahí. La mayoría pensaba que el clima era demasiado riguroso. Pero Alahel sentía que ese lugar lo ayudaba a estar en un contacto más profundo con su ser interior y allí encontraba su mayor placer y felicidad.

Una vez que llegó a su hogar, se retiró a un pequeño refugio que había construído él mismo debajo de su casa. Trabó la puerta y sacó del interior de su uniforme un pequeño dispositivo de plástico transparente. Un descubrimiento que conocían en otros planetas, pero no en el suyo. A simple vista, no era más que un cuadradito plástico de no más de 1cm de lado. Tomó lo que parecía una simple caja de cartón, y levantando la tapa, colocó el dispositivo, enfocándolo hacia la pared. Al hacerlo, la totalidad de las fotos que había presentado ante el Consejo, más algunas más, se proyectaron sobre la pared. Comenzó a mirarlas con detenimiento. Un momento después, encontró lo que buscaba. Allí estaba el rostro que había visto anteriormente. Sus ojos estaban bien abiertos y parecían mirarlo de frente, con fuerza y mucha seriedad. Por un momento se sintió mal, casi culpable. Sentía esa mirada dirigida claramente a él. Casi como hablándole.

Tecleando unos pequeños botones de la caja, reagrupó las fotos de modo que esta quedara en el centro y un poco más grande que el resto. Decidió comenzar a dilucidar cómo podía formarse semejante rostro y por qué la mayoría no lo veía. Estudió detenidamente la forma en que las pirámides se unían entre sí y los caminos serpenteantes de los canales. Superpuso fotos diferentes a ver si lograba reconstruir el rostro, pero no, nada. Entonces recordó al anciano del Consejo. ¿Por qué había preguntado por ella? ¿Qué sabía él? ¿Habría visto el rostro alguna vez?

Trató de recordar todo lo que alguna vez le hubieran contado sobre él. Nadie parecía saber mucho, aún cuando era el que más tiempo llevaba viviendo en el planeta. Pero era muy callado y, si no era necesario, no tomaba forma, y sólo permanecía en su puro aspecto energético. Pocos era capaces de lograrlo, pero él era un maestro en esto. Por eso se lo respetaba tan profundamente. Su capacidad de mantenerse como energía pura le había permitido, según se rumoraba, trasladarse a planetas distantes de aspectos muy diferentes e historias increíbles.

Quizás lograra encontrarlo para poder hablar con él. Pero debía ser cauto y no develar su mentira. Decidió terminar por ese día. Estaba cansado y necesitaba reponer sus energías físicas, mentales y espirituales. Se quitó la ropa, cubriéndose con una ligera túnica blanca y se recostó en la cama regeneradora. Se durmió enseguida.

Un sueño comenzó a repetirse una y otra vez en su mente. Esto no era común. Cuando uno se acostaba en la cama regeneradora, la totalidad del ser quedaba en suspenso y era imposible soñar algo. Sin embargo, no tenía paz. Un ser gigantesco, de mirada seria y ojos penetrantes le repetía una y otra vez: “No has completado tu misión”. No podía saber qué lo afligía más en el sueño, si la imagen de ese ser o la conciencia clara de que lo que decía era cierto. Abrió los ojos angustiado y sobresaltado por la situación, pero más se sobresaltó al encontrar, junto a su cama, sentado esperando que despertara, al anciano del Consejo.

El hombre no estaba enojado. Su serenidad era tal que le devolvió la paz que había perdido en el sueño. Lo miró y con una sonrisa suave le dijo: “Conozco su sueño. También torturó a otros un tiempo hasta que encontraron la respuesta. Debe ud. buscar la suya. Pero no he venido a hablar de ello. Yo sé que ud. vió el rostro”.

Alahel no lograba recuperarse del todo. No sólo había tenido un sueño torturante, sino que encima se encontraba con alguien, ¡en su casa! que además de saber lo que le sucedía, le daba la respuesta y lo confrontaba con su mentira.

El hombre, como leyendo su mente y comprendiendo su confusión, le explicó que sólo él había detectado la verdad. Nadie más podía hacerlo y no venía a delatarlo, sino a intercambiar puntos de vista con él, lo cual lo ayudaría mucho a encontrar la respuesta a su sueño.

Alahel cambió su túnica por otra dorada, de un material más fino y sirvió dos copas de un reconstituyente jugo de vegetales. El hombre lo tomó y lo dejó a un costado. “Habitualmente no necesito ingerir nada, salvo que permanezca mucho tiempo en la forma. Lo dejaré aquí ya que es probable que lo necesite más tarde”. Entonces Alahel lo invitó a su refugio secreto. Allí le mostró el pequeño proyector con el archivo de fotos y las desplegó todas sobre la pared, en el mismo orden que la noche anterior, con el rostro en el centro. Sólo que esta vez, el rostro no parecía tan serio.

“Ud.tiene razón, el rostro cambia. Un día encontrará la respuesta. Seguramente el astronauta que descendió también lo vió. Y, sin lugar a duda alguna, fue por completo diferente para él. ¿Recuerda si él mencionó algo?” Alahel recordó que Elíades había reclamado que faltaba una foto, pero sin mencionar lo que había en ella. El hombre sonrió y dijo: “Sin duda, la misión ha comenzado, pronto llegará un tiempo en que toda la Galaxia será tocada por la onda de Amor más extraordinaria que haya recorrido el Universo. Ud no imagina de lo que estos seres son capaces”.

Alahel lo observó con seriedad. Había oído a muchos comentar los cambios de Elíades y lo había sorprendido que le dieran la licencia por recomendación de los psicólogos. Se lo veía un hombre feliz y trasuntaba una paz extraordinaria. Era el único que parecía estar en su pleno juicio y en paz consigo mismo. Se había sentido atraído hacia él y había pensado encontrarse con él aparte en algún momento para charlar a solas, pero el llamado del Consejo le quitó esa oportunidad.

El anciano sonrió. Comprendió exactamente, y se lo dijo, que tenía razón al pensar que Elíades había sido imbuído del espíritu de estos seres extraordinarios, verdaderos mensajeros de Dios, dispuestos a entregarse a sí mismos en cumplimiento de una misión que respondía sólo a las órdenes e intereses del Dios Universal. Entonces comenzó a narrar su historia.

Efectivamente, había sido de los primeros en llegar al planeta, muchísimo tiempo atrás. En realidad, su familia había sido una especie de vagabunda espacial, recorriendo y viviendo siempre en diversos planetas, lo que le había permitido a él, adquirir técnicas únicas que lo habían ayudado a alcanzar lo que hoy muchos consideraban poderes extraordinarios. En uno de esos viajes, quedaron misteriosamente atraídos por la atmósfera de un minúsculo planeta color maíz tostado, al que era imposible descender de tan pequeño que era. Su nave, un modelo muy antiguo, obviamente, tenía grandes escotillas para observar el exterior. Mientras su padre y su madre trataban de liberar la nave y sus hermanos jugaban sin importarles nada más, él permanecía pegado a la ventanilla que miraba directo al planeta, fascinado con un enorme rostro sonriente y benévolo que lo observaba desde allí. Había intentado que sus hermanos lo miraran pero ellos no veían nada. Ningún miembro de la familia, ni el ayudante de sus padres, veían nada salvo un polvo arcilloso color maíz tostado, ni siquiera veían las pirámides o los canales que, él sentía, eran como una red nerviosa que conectaba todo el planeta. Permanecieron allí por un tiempo aproximado de 3 días. La noche del 2do. día, al acostarse el sueño lo venció de inmediato, lo que era muy extraño si tenía en cuenta que tenía unos pocos años, mucha energía y ningún lugar donde gastarla. En el sueño, el rostro del planeta tomó cuerpo ante él, vistiendo una túnica dorada semejante a la que Alahel usaba en ese momento, con una sonrisa llena de un amor desbordante que casi hacía saltar lágrimas a sus ojos y desbordaba su corazón expandiéndolo hasta parecer que abarcaba el universo entero. Sintió que él mismo se transformaba en un gigante. Se vió rodeado de miles de diminutas criaturas con un centro de luz blanco rodeado por una pequeña corona dorada que danzaba a su alrededor como en un festejo gozoso. El rostro continuaba mirándolo directo a los ojos y le dijo: “-Estos seres que ves aquí están al servicio exclusivo de Dios. Un día abandonarán este planeta, que no es más que una boya en el universo, y recorrerán la galaxia, para traer la iluminación y despertarán en cada ser que contacten su auténtica dimensión divina. Así, cada uno, se transformará en Maestro, tal como tú lo eres ahora.” Era tal la beatitud que experimentaba que no quería despertar por nada. Sentía que el mensaje tenía implicancias más profundas y que, en su interior, había escuchado más palabras que las pronunciadas por el rostro. Al día siguiente, y para sorpresa de todos, la nave quedó liberada y siguieron viajando hasta que, por fin, sus padres decidieron instalarse definitivamente en el planeta en que vivió hasta ahora.

El tiempo probó que realmente el mensaje había sido más largo. A medida que el tiempo pasaba, iba teniendo visiones de su propia misión y del día en que la Galaxia fuera toda una sola luz deslumbrante, convertiéndose ella misma en una boya en el universo y fuente de Maestros que recorrerían el resto del universo infinito llevando la misma Luz de Amor que él había experimentado.

Mucho tiempo antes de este día, por accidente, habían descubierto la presencia de esa plataforma, como la del planeta boya y restos de canales y pirámides. Nunca dijo a nadie que esas eran las mismas construcciones que él mismo había observado cuando era chico en aquél planeta lejano. Comenzó a preguntarse si aquellos seres habían vivido anteriormente en su planeta y, por algún motivo desconocido se hubiesen trasladado allí o, si en varios lugares de la Galaxia habían existido en algún momento distintos planetas habitados por esta civilización extraña y extraordinaria a la vez.

Alahel estaba fascinado. El hombre hablaba ante él como ante sí mismo, sin guardar nada para sí, sin ocultarle información. Ahora comprendía más claramente el significado profundo de esa expedición, las actitudes de Elíades y comenzaba a vislumbrar las implicancias de su sueño. Se sintió unido al anciano del Consejo por un vínculo profundo, que trascendía todo y parecía venir desde el origen mismo de la creación: Una extraordinaria sensación de unidad.

El anciano lo miró y le sonrió. “Todos somos Uno. Todos somos Uno. Casi nadie logra comprenderlo claramente aún. Pero me quedaré hasta ver la Galaxia brillar en toda su dimensión.”. Alahel lo miró turbado. Contestaba a todos sus pensamientos sin que abriera la boca ni esbozara ni un gesto. “Muchacho, por supuesto, cuando uno experimenta la unidad, no hay barreras, no hay secretos, no hay nada que esconder. Yo soy tú y tú eres Yo”. Después de esto, regresaron arriba, bebió el jugo reconstituyente (llevaba ya muchas horas en forma física) y fue disipándose lentamente, convirtiéndose en una nube luminosa que, en un segundo, desapareció.

Ahora sí que Alahel tenía mucho en qué pensar. Su primer impulso fue ir en busca de Elíades, pero le habían pedido que permaneciera cerca por si tenían preguntas que hacerle. Quizás fuera mejor permanecer solo por un tiempo para meditar en todo lo sucedido. De pronto comprendió que había sido bendecido por participar en ese proyecto y, por lo tanto, también tenía alguna responsabilidad, alguna “misión” como dijo el rostro, que cumplir en ese megaproyecto de expandir la Luz Divina a lo largo y ancho de toda la Galaxia.

IV
Una vez terminadas las evaluaciones, en su primer trabajo oficial, Sat Bhaján decidió que era tiempo de reflexionar y registrar sus experiencias. Estaba acostumbrada a llevar un registro de todos sus casos y era la primera vez que le tocaba evaluar a un astronauta. Un hecho fortuito había permitido que fuera elegida para el trabajo. Pero ella sabía que no había nada fortuito en toda la creación, de modo que su nominación tenía un sentido concreto y formaba parte de algo mayor que aún no vislumbraba claramente pero podía sentir en sus huesos.

Ascendió a su nave y viajó durante un par de horas hasta su planeta, ubicado en el extremo suroeste de la Galaxia. Un lugar duro y difícil para vivir y aún más para crecer ya que los seres que lo habitaban eran bastante agresivos y toscos y la formación personal y cultural no era nada valorada. Tuvo que enfrentarse a toda clase de dificultades y trabas para ser quien era, aunque siempre contó con el apoyo incondicional de su familia. Aún cuando ésta era despreciada por la mayor parte de su sociedad por sus aspiraciones de progreso. De allí que muy pocos soportaran la presión social que intentaba a toda costa cortar las oportunidades de avance y desarrollo de cualquiera que lo intentara. Si bien esto le había valido una innumerable cantidad de problemas y una gran soledad, también la había fortalecido enormemente. Su madre siempre le hablaba de un futuro no tan lejano, donde la Verdad sería revelada y la Luz gobernaría. Ese saber parecía sostenerlos con una fuerza que superaba todos los obstáculos y los mantenía firmes en sus objetivos. Sat Bhaján nunca dudó que debía capacitarse y avanzar pese a todo.

Al llegar se dirigió de inmediato a su hogar donde la esperaban sus padres. Tenía ansias de hablar con ellos y mostrarles lo que traía consigo. Casi como al descuido, logrando que nadie lo detectara y, sin duda, con mucha ayuda divina, había logrado quedarse con una foto muy especial. Cuando los tres estuvieron reunidos, la sacó de entre su ropa y se las mostró. Sus padres emitieron un ¡Oh! de admiración y alegría y su madre lloraba de emoción. El rostro los miraba con los ojos bien abiertos y una sonrisa franca. “¡Tantas veces soñé con Él, tantas veces. Me ha ayudado tanto a soportar todas las dificultades. Me ha dado tanta fuerza. No lo hubiera logrado sin su Amor incondicional derramándose en mí en cada sueño!” decía su madre sin respirar casi, como si por primera vez, casi pudiera abrazar a su protector. Su padre estaba muy conmovido. También él había recibido su apoyo e incluso su guía a lo largo de la vida. Entonces le revelaron algo. En el planeta había otros iguales a ellos que también habían guardado el secreto de su contacto con este Maestro extraordinario. Muchos años antes, y guiados por un impulso interno, se habían ido reuniendo en un lugar aislado del planeta, casi un desierto al que nadie accede y al que nadie le interesa. Una vez reunidos todos allí, un fuerte viento en forma de espiral les había señalado un lugar específico. Como uno solo, comenzaron a cavar para encontrar una construcción rectangular, de techo plano, como una plataforma. Como uno solo, también, todos comenzaron a ascender por ella y a ubicarse en distintas posiciones, descubriendo que todos entraban perfectamente sobre ella. Una vez que estuvieron acomodados, una imagen se materializó ante ellos. Un ser femenino, de belleza extraordinaria y vaporosa, extendió sus brazos pareciendo abrazar al planeta entero. Entonces, miles de seres diminutos, de cuerpo luminoso blanco rodeado por una corona dorada, comenzaron a danzar alrededor de todo el grupo y entre ellos. Luego, una luz intensamente dorada descendió desde el cielo, cubriéndolos por completo. La mujer les habló: “Han sido bendecidos hoy porque benditos son en sus corazones. La pureza que encarnan será la luz que los guíe a lo largo del camino. Vendrán años difíciles para uds., pero ni uno se perderá. Los guiaremos a cada paso y nunca los dejaremos caer. Viven en un planeta difícil, pero verán el día en que la Luz ilumine la Galaxia y cada uno de uds. se convierta en Maestro al servicio del Dios Uno. Sus misiones ya son conocidas en su interior. Nada más hay para decirles. Sean Benditos en el Amor del Señor”. Entonces, todo desapareció por completo, como si nunca hubiera sucedido y el viento volvió a tapar con tierra la plataforma.

Uno a uno fueron retirándose de regreso a sus hogares, pero habían logrado mantener comunicaciones telepáticas entre ellos para mantenerse unidos y sostenerse mutuamente. Cuando esto sucedió, Sat Bhaján, llevaba apenas 3 meses de gestación, pero nunca dudaron que su espíritu habia sido tocado por el mismo espíritu que los había iluminado a ellos. Por eso le habían confiado su secreto y la habían preparado para su misión.

Sat Bhaján comprobó una vez más que nada era azar en la creación, y que su lugar estaba aquél día entre los psicólogos por una buena razón. Recordó el momento en que conoció a Elíades. Un fuerte estremecimiento la recorrió de un extremo a otro de su ser y al mirarlo a los ojos, podía jurar que lo había conocido desde siempre. El último día, cuando casi se rozaron, una imagen llegó de pronto a su mente. Ambos estaban juntos, de pie, frente a un mar de aguas rojizas en que cientos de esos diminutos seres que su madre había descrito danzaban alrededor de ellos. Sabía que su misión era asegurarle días libres porque sabía en su interior que la experiencia que había tenido demandaba tiempo extra. Había gozado al entrevistarlo porque nunca en su vida había podido hablar con alguien tan cuerdo y tan profundamente en paz. Su mejor regalo para él era darle la libertad de hacer lo que quisiera. Sólo lamentaba que, quizás, nunca más volvería a verlo.

V
Por primera en su vida, Elíades tenia tiempo para sí mismo. No recordaba si alguna vez lo había tenido. Cuando era pequeño, sus padres no le prestaban demasiada atención, así que vivían enviándolo a diversas actividades para que estuviera entretenido y no molestara. Esto tuvo sus ventajas. Conoció ambas mitades del planeta, otros idiomas y seres provenientes de toda la galaxia y hasta pudo realizar un par de viajes interplanetarios que despertaron su afán de explorar el espacio. Una vez terminada su educación formal, se volcó directamente a prepararse para piloto y desde entonces, casi no había tenido tiempo libre. Sería una buena experiencia.

Sin embargo, el proceso no era tan simple. Estaba acostumbrado, como todos, a definir la vida como un proceso continuo de hacer cosas o producir resultados. Una parte de él amaba esa nueva soledad, soledad acompañada como la llamaba ya que podía sentir la presencia constante de su maestro. Pero la otra, la plenamente humana, la más material, no concebía su propia existencia si no era haciendo algo. Por fortuna, todo esto sucedía en este momento especial de su vida, si no hubiera corrido de vuelta a su trabajo o se hubiese anotado en algún curso complementario. Debía aprender que él era más que un simple animal de trabajo, que su esencia, su ser se definía desde un lugar por completo diferente. Se definía desde el simple hecho de ser.

Decidido a buscar una forma de armonizar sus dos realidades interiores, diseñó una técnica de meditación que lo ayudara a calmar la mente y su parte materialista, para permitirse a sí mismo escuchar su interior más profundo. De rodillas, las palmas hacia arriba apoyadas sobre sus muslos, cerraba sus ojos y repetía: “Mi Señor y Mi Dios, Tu esencia y la mía”. Dejaba que su mente se ubicara en un espacio sin tiempo y en un tiempo sin espacio. Al principio, le resultaba difícil detener la inmensa avalancha de pensamientos que se desbordaban en el silencio. Primero intentó luchar contra ellos, pero luego descubrió que lo mejor era observarlos pasar. De a poco, y casi sin darse cuenta, fueron acallándose hasta casi desaparecer.

En ese estado de conciencia, a veces, algunas imágenes llegaban por sí mismas a su mente. Luces danzando alrededor, cientos de personas unidas en una plataforma siendo bañadas por una luz dorada, planetas que escondían estructuras semejantes al que acababa de visitar, él y Sat Bajan juntos, tomados de la cintura, contemplando el mar de aguas rojizas.

Otras veces, una voz nacida desde su interior y, al mismo tiempo, desde más allá de sí mismo, parecía transmitirle conocimientos nuevos y expandir su comprensión de la realidad de lo que Es.

Elíades vivía casi como un ermitaño. Sus padres habían muerto hacía mucho tiempo y se dio cuenta que no tenía amigos auténticos, salvo uno o dos, y ambos eran compañeros de trabajo. De modo que casi nadie se preocupaba por él, pero él tampoco se preocupaba por nadie.

Con el pasar del tiempo y a medida que su comprensión se expandía, empezó a sentir que su aislamiento no era correcto, no estaba en orden con la Voluntad Superior que todo lo permea. Era cómodo, sí, eso era cierto, pero también empezaba a volverse inútil. Todo su proceso personal se perdería, toda su experiencia sería vana si no lograba transmitir y compartirla con los demás. Pero no sabía cómo hacerlo. Cada vez que se sentaba a contemplar las estrellas pensando qué actividad realizar, descubria que ya nada tenía el mismo sentido para él. Lo que hiciera debía estar impregnado de un objetivo más profundo que el que había perseguido hasta entonces. Viajar de un lado a otro como simple explorador no llenaba su sentido de la vida. Había sido su gran oportunidad para alcanzar la experiencia más trascendente de su vida, pero el objetivo se había cumplido y debía avanzar. Pero, ¿hacia dónde?

De una cosa estaba seguro. No tenía la menor idea. Sólo le quedaba enviar su pedido al Cielo y esperar la respuesta.

VI
Alahel estaba disfrutando de sus días libres. Había tenido mucho en qué pensar. Las palabras del anciano del Consejo habían tenido una riqueza desbordante y lo habían sacudido profundamente. Él nunca se había planteado mucho las cosas ni el estilo de vida que lo rodeaba, pero siempre había sentido en su interior que, en algún lado, debía haber algo más, que él mismo era algo más que lo que veía todas las mañanas al levantarse. Sólo que sabía que le sería muy difícil encontrar la respuesta, y habia optado por ignorar ese sentimiento profundo que lo acompañaba siempre y que, él no sabía, le daba esa profundidad especial a su mirada.

Pero ya era tiempo, evidentemente, de empezar a mirar con más detenimiento. Comprendió por qué había construido ese refugio secreto en el que guardaba tantas cosas que lograba conseguir de otras culturas, como si buscara algo que no sabía dónde encontrar ni qué era exactamente.

Alahel dedicó los primeros días, luego de la charla con el anciano, a reflexionar sobre todo lo sucedido en los días previos. Comenzaba a sentir que algo, lentamente, comenzaba a quebrarse en su interior, como la cáscara del huevo cuando el pollito se acerca al momento de su nacimiento. Una demanda interna, callada, cálida, había comenzado a buscar su camino.

Unos días después, volvió a exponer todas las fotos en la pared para observarlas detenidamente, pero no se atrevió a poner el rostro en el centro, en primer plano. Se sentía culpable de no estar cumpliendo con una misión que ni siquiera sabía de qué se trataba. No quería sentir nuevamente el reproche del rostro. Esta vez, se sentó frente a ellas y cerró los ojos. Trató de recordarlas en su mente. Trató de imaginar que él mismo estaba efectivamente en el planeta. Trató de experimentar las sensaciones que tuvo Elíades al intentar apoyar un pie en el suelo firme, cómo era ver esas minúsculas construcciones y los canales. Tenía tan claras las imágenes de las fotos en su mente, que se le hizo cada vez más sencillo imaginarse allí. De pronto, y sin que él lo notara, se encontró en el planeta. Podía ver, en primer plano la arcilla color maíz tostado que lo cubría, la red de canales que intercomunicaba cada área y las pequeñas construcciones piramidales. Sus ojos vieron con absoluta claridad la plataforma rectangular y los seres de luz rodeados por una corona dorada que revoloteaban y danzaban por toda la superficie. Sintió que ese planeta era casi como un cerebro en sí mismo que se extendía y se manifestaba al infinito a través de esos seres luminosos que danzaban la danza de la Creación sin límites y el Amor Universal. Pronto vió a todos los seres unirse en una sola figura central. Un ser de belleza extraordinaria que contenía en sí los principios tanto femeninos como masculinos. Llevaba una túnica blanca con una faja en la cintura toda bordeada por hilos dorados. Sus ojos tenían una profundidad extraordinaria. Casi parecía verse el infinito en ellos. Cuando sus ojos se posaron sobre Alahel, sintió que la mirada lo traspasaba y podía ver su pasado y su futuro, cada encarnación, cada pensamiento y cada sentimiento que alguna vez, a lo largo de eones de tiempo, hubieran formado parte de su manifestación. Luego la mirada se suavizó y se posó solamente sobre él. Alahel se sintió más seguro. Por primera vez, sólo parecían dos humanidades mirándose mutuamente. Aunque él sabía bien que no era así. Por momentos se sintió extraordinariamente pequeño frente a la magnífica potencia que emanaba. Pero entonces, el Ser, sonrió y le habló:
“-Queda en paz. Tus esfuerzos han sido observados y el pedido silencioso de tu alma, escuchado. Has abierto las puertas de tu interior que abrieron las puertas para que la Paz de Dios pueda instalarse en ti. A partir de ahora comprenderás lo que el Amor es, y cumplirás tu parte en la gloriosa manifestación de la Luz en la Galaxia. Sigue al anciano. Él sabe que debe prepararte”.

La figura se deshizo en miles de seres luminosos que, danzando, se distribuyeron por todo el planeta. Alahel abrió los ojos y tomó conciencia, de pronto, de lo sucedido. Estaba aún en su casa, en su refugio subterráneo, pero al mirar las fotos, encontró que la del rostro estaba en primer plano, en el centro y que, ahora, sonreía.

VII
Sat Bhaján comprendió que una nueva etapa en su vida había comenzado. Pero ahora debía descubrir cuál era y cómo actuar. Sus padres habían sido sumamente amorosos con ella y la habían preparado discretamente para no llamar la atención. Sin embargo, sentía que, en cierta forma, ella había sido la misión de ellos. Y ahora, un poder y una fuerza interna en sí misma, comenzaba a tomar forma y a permitirle percibir que ella era más de lo que había imaginado.

Comprendió que, hasta ese momento, sólo había seguido los pasos de sus padres y, a la vez, tratado de adaptarse a un planeta y una sociedad hostil. Quizás ya era tiempo de hacer un poco de ruido y sacudir un mundo oscuro y limitado. Pensó cuántos otros niños como ella habían sido bendecidos en aquella oportunidad. Quizás también ellos empezaban a despertar. Sus padres habían iniciado y protegido el camino para ellos. Ellos debían ponerse de pie y asumir su responsabilidad y su misión.

Decidió que era tiempo de retirarse de su actividad habitual y tomarse unas pequeñas vacaciones. No llamaría la atención de nadie, ya que era lo que todos hacían, sólo esperaba que no llamara la atención que “ella” lo hiciera. Debía ser cuidadosa. No quería que nadie sospechara que buscaba algo más o todo sería aún peor. Nadie le creería si actuaba como la mayoría. Era bien conocida por no hacerlo. Era importante dar una explicación coherente. Ya que hacía poco que había regresado de una asignación en otro planeta, dijo que debía completar un trabajo que le habían solicitado que le llevaría cierto tiempo. Hubiera podido partir unos días y pasarlos en algún otro planeta donde nadie la conociera, pero sentía claramente que debía permanecer donde estaba.

Sat Bhaján pidió a sus padres que, hasta que ella avisara, hicieran de cuenta que no estaba en casa. Necesitaba del máximo silencio y soledad que pudiera disfrutar. Se retiró a su habitación con agua y alimento suficiente para varios días. Cambió sus ropas por una liviana túnica blanca que había traído de su último viaje, se descalzó, soltó su largo pelo oscuro, se sentó, con las piernas cruzadas frente a la foto del rostro que acaba de adherir a la pared de su habitación. Permaneció un largo rato mirándola casi sin pestañear mientras en su mente pedía contemplar la verdad que debía ser conocida. Finalmente, cerró los ojos y el tiempo pareció desaparecer.

En un momento que era imposible definir cuál era, Sat Bhaján volvió a verse a sí misma frente al mar de aguas rojizas, pero esta vez Elíades no estaba con ella. Se reconocía a sí misma aún cuando no era la misma. Era levemente más baja y delgada. Su nariz más pequeña estaba enmarcada por pómulos más marcados. Sus ojos eran rasgados y muy oscuros. Su piel tenía el color del trigo. Si bien todo parecía tan presente, sentía con claridad que las imágenes venían de un pasado bastante distante. Un ser se acercó a ella desde atrás, a su derecha. Como ella, vestía una larga túnica, pero reflejaba todos los colores del arco iris en movimiento constante, casi como mostrando que la creación es movimiento y cambio constantes. Uno podía sentir el universo entero manifestado, en esencia, en esa túnica. Este ser era bastante más alto que ella. Su voz le llegó como por encima de la cabeza. Su aura era de una extensión tal que la englobaba a ella y al planeta entero. Sólo alguien de una pureza y dimensión espirituales supremas podía transmitir lo que sentía en ese momento. Pronto sus palabras comenzaron a inundar su corazón. “-En un tiempo por venir, recordarás este día. Es la señal. A partir de ese momento, la memoria de tu misión irá regresando a tu conciencia, no con palabras definidas, sino como guía de tus actos. Para entonces habrás encontrado a tus compañeros en el camino, sólo que no te darás cuenta enseguida. Sin embargo, en sueños lo sabrás. Cuando ese sueño se manifieste, el tiempo de la manifestación estará pronto. Estate lista a servir a Dios. Canta la canción del Ser que todo Es.”

Sat Bhaján abrió los ojos inmediatamente después. Todo era claro para ella ahora. Miró la foto en la pared. Sabía que eran el mismo ser. Su respuesta había llegado.

VIII
Elíades se recostó por un momento. Había intentado distintas técnicas para descubrir cuál camino tomar, cómo cumplir su misión efectivamente. Pero todo había sido en vano. Algunos sueños aislados lo mostraban rodeado de muchos otros seres que, como él, irradiaban una luz dorada, como un aura, alrededor de la totalidad de sus cuerpos. Sabía que ellos eran parte del camino, de su camino, pero no sabía cómo llegar a ellos. En uno de los sueños le pareció reconocer a alguien semejante a Alahel. Como de costumbre en los sueños, no era su rostro, y sin embargo, era él. Se había descubierto a sí mismo buscando a la psicóloga entre los rostros que lo rodeaban. Sentía que ella estaba entre ellos, pero no lograba ubicarla.

Rendido, decidió que debía cambiar de estrategia. ¿Qué tal si, simplemente, dejaba de buscar? Eso no era tan simple. Había progresado mucho en su capacidad de entrega y en aprender a vivir el presente y nada más. Pero aún era el hombre de iniciativa que salía a recorrer el universo en busca de nuevos planetas y civilizaciones acostumbrado a hacerlo todo por sí mismo.

Ya había aprendido que la existencia trasciende las obras y los hechos, que su esencia va más allá de lo visible o lo tangible o cualquier cosa que la mente, en sus estructuras lógicas, pudiera imaginar. Ahora debía aprender la entrega, la no expectativa, el dejarse fluir. Pero, ¿cómo calmar la mente de su inquietud, de su necesidad de programar el futuro y controlar el devenir de los acontecimientos? Decidió empezar por lo más simple. No programaría ninguna actividad para cada día. Se dejaría llevar por lo que surgiera. Una extraña y vertiginosa sensación de vacío se abrió en su ser. La sensación de dejarse caer en un abismo sin fondo, del que nada se ve y es imposible predecir el resultado. ¿Y si, simplemente, no sucediera nada y terminara transformado en un vago holgazán, arrumbado en su poltrona? Pánico, sí, podía sentir el pánico de lanzarse al vacío. Conocía muy bien la sensación porque en alguna que otra oportunidad, su nave había caído así, y él no se había entregado, había luchado desesperadamente por retomar el control y llevar la situación al destino exacto que había prefijado. Pero ahora no podía. No sólo no podía, ni siquiera sabía cuál era el destino prefijado.

Una tremenda lucha interna comenzó entonces. Una parte de él se sentía como gato encerrado, buscando desesperadamente un horizonte, una actividad que diera sentido al hecho de, simplemente, ser y estar en ese lugar en ese momento de su vida. Su voluntad había sido siempre fuerte y su determinación también y ahora parecían estar en lucha. Ambas daban fuerza a ambas partes de la contienda y un verdadero infierno comenzaba a desatarse dentro suyo. La peor de las batallas, las que se desarrollan en nuestro interior, las que no podemos ver en perspectiva, de las que no podemos escapar, aquellas cuya responsabilidad no podemos delegar.

No podía creer, por momentos, que él que conocía estados de beautitud y gozo espiritual que desbordaban, se encontrara ahora en semejante estado. Parecía haber olvidado todo lo que sabía, parecía que todas sus experiencias previas no valían nada, como si nunca hubiese podido ver el rostro del Creador. Pero, al mismo tiempo, una voz interna le recordaba que la fiereza del combate y el hecho mismo de que estuviese llevándose a cabo eran consecuencia directa de esas experiencias. Eso le permitía mantenerse firme en su decisión.

Al cabo de unos pocos días, la batalla comenzó a ceder. Pudo comenzar a relajarse y descubrir cómo cada día llevaba su propio orden; cómo, al mirar en perspectiva, cada hecho de su vida formaba parte de un todo perfectamente coherente e impecable en su desenvolvimiento.

Sin embargo, aún le faltaban algunas pruebas que atravesar. El camino de crecimiento asciende en espiral, y nunca está totalmente completo. Volvemos a atravesar las mismas pruebas cada vez, pero cada vez más sutiles y más profundas a la vez.

Los últimos tiempos, Elíades los había pasado en la mitad soleada de su planeta. Había sentido que era tiempo de disfrutar de la experiencia del dejarse acariciar por las fuerzas de la naturaleza y disfrutarlas. Su decisión había sido buena, ya que esto lo ayudó a descubrir a Dios en muchos aspectos que nunca había evaluado, tan acostumbrado estaba a verlo todo desde la perspectiva del trabajo y la producción.

Una de esas tarde, cuando se recostó a disfrutar de los rayos de ese sol celeste que brillaba con un fulgor extraordinario y suave a la vez, se quedó dormido. Fue más que eso. Sentía que todo a su alrededor había desaparecido y que había sido transportado a un lugar muy lejano. Allí había otros seres que, como él, venían de todas partes de la Galaxia. Reconoció a Alahel y éste a él. Pero también reconoció a muchos otros que estaban en el mismo salón y a quienes nunca había conocido en realidad, pero que hacía mucho venían encontrándose y reuniéndose en sueños. Alahel y Elíades se sentaron juntos. El salón circular era de dimensiones enormes. En vez del techo, los cubría la bóveda celeste, con todas las estrellas y planetas de la Galaxia representados en él (o quizás estuvieran verdaderamente allí). Los asientos se distribuían en plataformas circulares todo alrededor del salón, desde el piso hasta más o menos la mitad de altura. En cierta forma parecía un estadio. Sólo que el piso parecía ser ligeramente cóncavo, en simetría con el techo. Toda la construcción transmitía la sensación de encontrarse dentro de un huevo. Y ese huevo parecía estar flotando en un espacio sin coordenadas y en un tiempo eterno, en una plena conciencia de absoluto ahora.

La más increíble variedad de seres se encontraban sentados alrededor suyo y en las gradas superiores e inferiores. Muchos de ellos hubieran parecido desarmónicos o desagradables en su vida cotidiana, y sin embargo aquí, la sensación de hermandad los transformaba por completo. En un momento, Alahel llamó su atención sobre una joven que acaba de entrar. Estaba seguro que la conocía pero no podía recordarla. Al verla, el corazón de Elíades dio un vuelco. “-La psicóloga”, le dijo, “-¿Recuerdas a la psicóloga que me dio las vacaciones. Fue el mejor regalo de mi vida”. La joven se sentó en la primer grada, cerca de la plataforma central donde, todos suponían, alguien o algo iba a aparecer.

En un momento, un silencio absoluto llenó ese huevo espacial habitado por miles de almas iluminadas a lo largo de milenios, esperando su momento de manifestarse en plenitud. Una luz de belleza sin igual descendió desde el techo, mientras otra ascendía desde la base. Ambas parecían danzar una danza suave, melodiosa, fluyendo como si una mano divina las acariciara a medida que tomaban forma. La que ascendía brillaba con tonalidades rosadas y, cada tanto, emitía ramificaciones que, como ondas, cubrían a todos los presentes. La que descendía tenía un color azul increíble. Todas las gamas del azul al celeste se entremezclaban logrando experiencias visuales no soñadas en ningún lugar del universo. En el punto en que ambas se fundían, el brillo del diamante, un blanco refulgente salía disparado en todas direcciones alcanzado la frente de todos los presentes. El salón entero era una danza de colores y, casi sin darse cuenta, cada uno de los presentes, comenzó a emitir su propia luz que se fundía y reunía con las luces del centro. Pronto, todo el salón era un arco iris radiante en movimiento y cambio constante.

Cuando Elíades comenzó a recuperarse de la fascinación que el espectáculo le producía, buscó a Sat Bhaján. Ella permanecía serena, cerca del centro, con su mirada fija en las luces centrales, como si todo el espectáculo fuera conocido para ella y, casi podía decirse, como si ella misma ayudara a manifestarlo. Trató de ver cuáles eran los colores que emitía, pero estaban tan inmersa dentro de la onda de los colores centrales que era imposible distinguirlos. O, quizás, ella emitiera justamente ese rosa intenso entremezclado con el azul del cielo. Entonces recordó la visión que había tenido. Ambos parados frente al mar de aguas rojizas observando las cientos de luces que revoloteaban alrededor. Algo le decía que ella tenía más claro lo que estaba sucediendo allí que él mismo.

Unos momentos después, todo cesó. Aún así, la atmósfera del lugar había cambiado por completo y podía sentirse una energía radiante y cohesionante. Tres seres de pura luz y gran belleza descendieron desde lo alto y desde cada costado hacia la plataforma central. Sólo se desplazaban en el aire, como quien flota. Daban a la luz que eran forma humanoide para poder ser reconocidos por todos. Al verlos, Alahel recordó al anciano del Consejo por lo que no se sorprendió en absoluto cuando lo vió parado, a la misma altura de Sat Bhaján, pero del lado opuesto del salón. Quizás esos seres extraordinarios habían sido sus maestros y le habían enseñado las técnicas que tan bien manejaba.

Los seres saludaron a los presentes emitiendo desde el centro de sus formas, desde lo que sería el corazón de un terrestre y de buena parte de los seres de la Galaxia, una vibración musical que pareció armonizarlos a todos en una misma octava vibratoria.

El ser que estaba en el centro se mantuvo algo más elevado que los otros. Sin emitir sonido alguno, un mensaje comenzó a llegar a sus mentes.

“-Hermanos, todos los que estamos hoy aquí nos convocamos eones de tiempo atrás para este momento. Sepan que ninguno se ha perdido ni se perderá, sin importar la dificultad de las pruebas que se presenten. Ya no es tiempo de seguir buscando. Es tiempo de construcción. Lo que son ya son. Ahora es tiempo de manifestación. La humanidad entera de la Galaxia clamó por ayuda mucho tiempo atrás. Pidió que, al llegar estos tiempos, pudieran ascender como uno en la Luz y el Amor que el Creador ha manifestado en su Creación. Todos saben y recuerdan que la chispa divina es su verdadera esencia. Sin embargo, la experiencia debía ser hecha negando su existencia. Esa etapa ya llegó. La mayoría ya no recuerda el pedido formulado, pero uds. nunca lo olvidaron y, vida tras vida, construyeron para llegar a este momento y servir, no sólo a su Creador, sino a su humanidad. Aquella chispas divinas que fueron negadas, se retiraron paulatinamente a planetas alternativos para esperar allí su tiempo de resurrección. Ese tiempo ha llegado y ellas anhelan gozosas el reencuentro. Muchos maestros nacerán este día, y cientos y miles en los años por venir. La Galaxia entera se transformará en Maestra y extenderá su servicio al resto de la Creación. Sepan que su misión ya ha llegado. Cada uno de ustedes la recordará a medida que avance en el camino. Irán reecontrándose con aquellos de uds que deben trabajar juntos. Algunos ya lo han hecho. No traten de prefijar el camino, sólo avancen. Serán guiados en todo momento por la misma chispa divina que nunca negaron y dejaron crecer y expandirse en sus corazones. La Creación entera los honra y admira. Estamos para ayudarlos y servirlos. Nunca olviden su misión. Nunca estarán solos. Nuestro Amor los fortalece.”

Con estas palabras, terminó la manifestación de las luces, y voces de asombro y alegría comenzaron a sonar desde todos los ángulos del salón cuando cientos y miles de luces blancas rodeadas por una corona dorada llenaron el espacio bailando entre y alrededor de todos los presentes. Tal como el sueño, tal como en el planeta, las chispas divinas venían a honrar a quienes abrirían las puertas para que también ellas pudieran volver al Hogar.

En un abrir y cerrar de ojos, las pequeñas luces simplemente desaparecieron. Eliades, sin darse cuenta, buscó los ojos de Sat Bhaján quien, en ese preciso momento, lo miraba firmemente.

Por su parte, Alahel se encontraba junto al anciano del Consejo. Éste le sonrió y le dijo: “-Muchacho, búscame cuando regreses. Tengo mucho que enseñarles. El tiempo ha llegado”.

En un momento casi mágico, los cuatro estaban reunidos juntos, al pie del salón, junto a la plataforma central y, sin mediar palabra, emitieron una sola luz y una única melodía que los fusionó en un todo perfecto.

Sin duda el tiempo había llegado. Se conocían desde siempre y estarían unidos por toda la eternidad.

Elíades abrió los ojos de inmediato. Si algo tenía claro en su cabeza era que eso no había sido un sueño. Debía encontrar a Alahel y a Sat Bhaján. No sabía quién era el anciano, pero sí que los Maestros que les habían hablado ese día, se encargarían de reunirlos. Seguramente Alahel sería el contacto. Él había reconocido al anciano.

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Alahel despertó de golpe. No sabía cuánto tiempo había permanecido dormido, ni siquiera recordaba haberse dormido. El sueño era clarísimo. Casi podía escuchar todavía los sones de esa música extraordinaria vibrando en cada célula de su ser. Era tiempo de buscar al anciano del Consejo y debería viajar a buscar a Elíades. Finalmente se encontrarían. Después de todo, aquella vez cuando examinaron la nave, en realidad se habían reconocido mutuamente. No tenía idea de cómo contactar a la psicóloga pero les habían dicho que no se preocuparan y eso haría. Seguramente, ella encontraría el camino hacia ellos.

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Sat Bhaján terminó su meditación. Había dejado su cuerpo en reposo profundo mientras liberaba su alma para asistir al encuentro. Ahora sabía quiénes eran sus compañeros del camino. Nunca había dudado de que Elíades era uno de ellos, pero no conocía a los otros tres. De todos modos, no era su responsabilidad preocuparse por eso. Su única responsabilidad era ayudar a anclar las chispas divinas y permitirles manifestarse en plenitud. Podía percibir en su interior, la magnífica grandeza del día en que la misión estuviera cumplida. Ahora era tiempo de trabajar.

IX
Elíades decidió volver a su casa, en la mitad lluviosa del planeta. Allí estaban todos los seres conocidos que podían ayudarlo a ubicar a Alahel y a Sat Bhaján. No tenía nada planeado, porque sabía, con absoluta claridad, que a partir de ese momento, sólo le quedaba fluir con la corriente.

En unos pocos minutos, su nave aterrizó en el techo de su vivienda. Le pareció oir una voz que lo llamaba desde abajo, pero sabía que no podía haber nadie esperándolo. Sin embargo, el llamado se repetía. Se asomó desde lo alto y vió a Alahel. Él lo había encontrado primero. Bajó rápidamente. No quería llamar mucho la atención de sus vecinos. Pronto, ambos estaban saludándose con gran alegría en el salón principal. Parecía que se conocían desde siempre. Se sentían tan felices de encontrarse con alguien con quien compartir tantas experiencias que hablaban al mismo tiempo contándose todo lo sucedido. Sólo cuando Alahel comenzó a contarle lo que el Anciano le había dicho, fue que Elíades quedó mudo. Ahí comprendió la extraordinaria dimensión de la misión que les esperaba. Alahel confiaba en que en poco tiempo los seres de su planeta se decidieran, por fin, a hablar abiertamente de las construcciones subterráneas. Eran seres pacíficos y esencialmente buenos, pero demasiado conservadores en ciertas áreas. Luego le explicó que tenía claro en su mente que debían trasladarse a un planetoide, a pocas horas de allí, casi deshabitado donde se encontrarían con el anciano del Consejo. Sería mejor preparar algunas provisiones para llevar. Él ya tenía las suyas, era tiempo que Elíades preparara su equipaje.

Mientras reunían las cosas que llevarían, comenzaron a plantearse cómo contactar a Sat Bhaján. Por lo que sabían, el planeta del que ella venía no era demasiado amistoso ni abierto a estos temas. Incluso estaba bastante lejano desde donde estaban y más aún del planetoide al que aspiraban llegar. Terminaron de prepara todo. Estaban listos para partir, cuando Elíades decidió asomarse a la puerta que daba al exterior. Así como había llegado Alahel, quizás llegaría ella también. Pero no había nadie. Trataba de imaginar de cuántas diversas maneras podía ella alcanzarlos allí antes de irse, pero, por fin, debieron partir sin ella.

El planetoide al que se dirigían estaba a varias horas de vuelo. Había sido habitado muchos siglos atrás, pero sus habitantes habían cometido tantos desatinos que, finalmente, se habían destruído mutuamente. Sus chispas divinas se habían refugiado en el planeta maíz tostado, esperando que sus almas reencontraran el camino de regreso a casa a través de sucesivas encarnaciones en diversos planetas. Todos se habían reubicado en lugares diversos y distantes para evitar que volviera a reunirse una combinación tan poderosa que pudiera volver a destruir otra civilización. Los más violentos encarnaron en planetas pacíficos, practicantes de la no-violencia para aprender la lección. Los más pacíficos, se dirigieron a planetas que favorecieran el desarrollo interno para potenciar su desarrollo y madurez.

Aquella civilización, sin embargo, dejó algunas construcciones extraordinarias en pie. No sólo por su belleza y perfección arquitectónicas, sino porque los sabios que habían guiado su construcción las habían hecho levantar en territorios sagrados donde las energías más elevadas confluían y tanto lo telúrico como lo cósmico se fundían en una sola energía suprema que permeaba y potenciaba las propias energías individuales. Entrar en ellas, era casi como un acto sagrado en sí mismo. Permanecer en ellas, un placer. Meditar en ellas…. la gloria.

Guiados por su intuición, acercaron la nave a una de las más pequeñas. Desde la escotilla, apenas podían divisarla, pero podían sentir su presencia. Fue haciéndose más y más clara a medida que se preparaban para descender. El paisaje a su alrededor era estremecedor, conmovía el alma. Un campo verde, casi color esmeralda, rodeaba la construcción y, entre árboles y arbustos, asomaban cientos de flores de todos los colores imaginables. Nunca habían visto una vegetación semejante. Los árboles alcanzaban una altura tal que parecían penetrar en el cielo celeste profundo que los cubría. El sol alumbraba con una intensidad que pocas veces habían visto. Parecía difícil pensar que, en un lugar de tan gran belleza, una civilización hubiera podido destruirse a sí misma.

Entraron a la construcción cruzando una gran puerta en forma ojival, hecho de algo parecido a la estructura que sostenía esos árboles. Avanzaron por la nave central. Casi no había dónde sentarse. Muchas de lo que debían haber sido asientos estaban destruídos o deteriorados por el paso del tiempo. Algo de la vegetación del lugar habían, incluso, penetrado por las ventanas, cubriendo algunos sectores de las paredes. En el otro extremo, los esperaba el anciano del Consejo, y a su derecha, un paso más atrás, con la cabeza inclinada, estaba ella. Tal como esperaban, había encontrado el camino.

Cuando Elíades y Sat Bhaján se encontraron frente a frente, clavaron los ojos uno en el otro, y sin que mediara pensamiento ni palabra alguna, se fundieron en un abrazo que parecía llevar siglos esperando su momento. Ambos lloraban, como reuniéndose luego de una larguísima ausencia. Por primera vez, Elíades se sentía completo. Sentía que realmente formaba parte de la vida y que tenía un lugar al que pertenecía. Ella, experimentaba un gran cansacio emocional, como si por primera vez ya no tuviera que luchar sola por cada pequeña cosa, ya no tenía que apoyarse en su fuerza personal, ahora eran dos. El anciano los dejó unos minutos. Sabía bien lo que, para ellos, significaba este reencuentro y ambos merecían disfrutarlo. Alahel los observaba emocionado. Anhelaba que, algún día, él mismo pudiera gozar de algo así.

Finalmente, cuando la pareja pudo recomponerse, se sentaron los 4 alrededor de un dibujo circular hecho en el piso con baldosas de distintos colores. El anciano habló:

“-Estar hoy aquí, es un gran privilegio. En el punto exacto donde estamos sentados, el cielo y la tierra se funden en uno. Este planeta fue alguna vez, cuna de sabios y maestros, pero las fuerzas quedaron desbalanceadas y todo se perdió. No todos los que tenían el potencial lo desarrollaron y muchos de los que habían comenzado su misión, la abandonaron por falta de fortaleza y compromiso. Por eso es tan importante comenzar nuestro entrenamiento aquí. Se les dijo, y es cierto, que no se permitirá que ninguno se pierda. Pero también es cierto, que aquel que no tengo el compromiso o la fuerza adecuada, pasará por pruebas cada vez más grandes hasta que desarrolle todo su potencial. Uds. han probado que tenían el derecho de estar aquí hoy. Tomen el compromiso personal, ante uds. mismos, de merecer todo lo que vendrá.”

“-El rostro que cada uno vió en el planeta-boya, como me gusta llamarlo, no es más que la unión de todas las chispas divinas, hablando a cada uno de uds. Ellas saben que lo único que existe es la Unidad, y se manifestaron como tal. Sat Bhaján siempre lo vió sonriendo porque ella ya realizó su unidad con su chispa en vidas anteriores. En aquella en la que uds.se vieron frente al mar de aguas rojizas.”

“-Hoy vamos a realizar una serie de pequeños ejercicios que los ayudarán a concientizar más profundamente su esencia divina. Ya han intentado diversas técnicas de meditación, en forma intuitiva para nutrir lo que habían descubierto en uds. mismos y, permítanme decirlo, para mantener su lucidez en semejante experiencia. Pero los ejercicios de hoy los ayudarán a anclar esa unión y tendrán objetivos definidos. No discutan ni razonen nada de lo que hagamos. Sólo experiméntenlos.”

Así fue que los cuatro comenzaron a trabajar. En sucesivas prácticas, aprendieron a respirar, a relajarse, a orar y. sobre el final del día, a abandonar su cuerpo y mantener la conciencia lúcida en su esencia divina. Sat Bhaján ya conocía bien todas estas técnicas, sin embargo actuó a la par de sus amigos sin llamar la atención sobre sí ni sobre la intensa preparación que ya traía. El anciano la miraba y sonreía. Sabía bien ante quién estaba y admiraba y reconocía la humildad con que ella se presentaba.

La experiencia de la separación del cuerpo provocó una fuerte conmoción en Elíades y en Alahel. Ya habían tenido una vislumbre previa, pero esta vez, al hacerlo a conciencia, experimentaron la ilusión de las formas de una manera totalmente nueva. Al regresar al cuerpo, se miraban a sí mismos como si, por primera vez, se vieran de verdad. Una larga charla comenzó entonces sobre el sentido de la materia. Alahel recordó cómo el anciano se materializaba y desmaterializaba a voluntad.

“-El cuerpo no es diferente de las naves espaciales en que uds.se trasladan. Cuando uno comprende esto, puede tomar distancia de él. Como ellas, necesita combustible, mantenimiento y descanso. Pero su objetivo final no va más allá que el de servir de transporte en un medio específico. Las formas de sus cuerpos están en relación directa con el planeta en el que viven. Si las condiciones del ambiente cambiaran, ellos lo harían también. El cuerpo sirve para dar cierta sensación de estabilidad. Es algo extraordinariamente cambiante, pero como su estructura es bastante parecida a lo largo de muchos años, nos da la sensación de permanencia. El primer paso para reconocer nuestra auténtica esencia, es despegar de la conciencia de que somos un cuerpo y reconocer que tenemos un cuerpo que utilizamos por un cierto período de tiempo y, una vez terminado el viaje, simplemente lo dejamos partir. Nuestra esencia no cambia ni se modifica, nunca dejamos de ser lo que somos porque nuestro cuerpo cambie o muera.”

Luego avanzaron al siguiente nivel. Les enseñó a desprenderse del apego a sus emociones y sus ideas. Esto fue verdaderamente desafiante. Ambos hombres eran, en esencia, científicos, acostumbrados a tomar decisiones en base a datos concretos, a confiar en lo que sabían y a controlar el mundo que los rodeaba. Sus éxitos y reconocimientos en las sociedades en que vivían, provenía de sus puntos de vista y conclusiones sobre diversas áreas de conocimiento. Y ahora así como así, los forzaban a negar y abandonar todo eso. Y esto implicaba aún más, implicaba renunciar a su dignidad, a su autovaloración, a su status intelectual, a todo lo que habían construído hasta entonces. Elíades ya había iniciado, lentamente y sin apuro, este proceso. Alahel ni siquiera lo había considerado. Al fin y al cabo, uno era piloto y muchas veces sus decisiones debían ser más intuitivas que racionales. Pero Alahel era un científico cabal. Nunca se le ocurrió que tuviera que ir más allá de sus ideas, más allá de su mente.

El proceso no fue sencillo para ninguno de los dos. Sat Bhaján sonreía suavemente cuando los oía contraponer sus opiniones a las del anciano que se reía con sus ideas, hasta que, por fin, se puso serio y dijo:
“-Hermanos, la elección es suya. Podemos terminar esto ahora mismo y retornar a nuestros hogares. Yo fui igual que uds., exactamente igual. Estoy aquí para que vean que es posible. Los maestros no son elegidos al azar. Son aquellos que pasaron por lo mismo que pasarán sus discípulos, porque sólo ellos pueden comprenderlos realmente. Los que sufren las mismas experiencias hablan un mismo idioma y se entienden, los otros no. Díganme qué hacer”.

Elíades y Alahel se sintieron mortificados de haberse comportad de una forma tan infantil. Sat Bhaján se asustó al oir al anciano. Pensó que todo se perdería. Sus ojos grandes estaban fijos en Elíades, era crítico que él siguiera adelante. Los tres necesitarían trabajar juntos en el futuro. Ella no podía sin ellos. Estaba atada a ellos y si se echaban atrás, todo sería más difícil para los tres.

Una vez aclarada la situación y liberadas las trabas emocionales, todo fluyó adecuadamente. Entrada la madrugada, cuando ese sol magnífico y dorado, comenzaba a asomar por el horizonte verde azulado, los cuatro se recostaron en el suelo, como rayos brotando del círculo central.

Los sueños fueron protagonistas en esas horas. Cada uno de ellos continuó su aprendizaje individualmente mientras dormía. Las chispas individuales venían a enseñarles. Alahel aprendió a viajar por el espacio infinito y a honrar cada civilización. Podía tomar la forma de los habitantes de cada planeta para mimetizarse entre ellos y transmitir sus enseñanzas. Elíades logró transmitir sus pensamientos de una mente a otra en forma de imágenes que mostraban, con alegorías, la elevación del espíritu. Sat Bhaján se vió a sí misma sembrando pétalos rojos de una flor que crecía en ese planetoide en los corazones y centros de amor de los seres de la Galaxia. Al hacerlo, los veía florecer abriéndose en plenitud. Cada uno, a su vez, aprendió cómo sostener la energía de sus cuerpos en las distintas atmósferas que visitaran.

Cuando el sol ya estaba bien alto, todos se despertaron al mismo tiempo. Sentían hambre, un hambre saludable que hacía mucho que no sentían. Tomaron algo del alimento que habían traído y los cuatro se sentaron al aire libre, en unos bancos de piedra rodeados de flores rojas, a un costado de la construcción y bajo la sombra de un árbol. Conversaron un poco sobre la experiencia de sus sueños, pero más que nada deseaban gozar del silencio que los rodeaba. El sonido de las hojas de los árboles mecidas por el viento era algo nuevo para ellos. Las sensaciones que transmitían a sus cuerpos el viento, el sol, el canto de las aves no sólo eran diferentes sino que parecían poder experimentarlas desde una dimensión nueva. Se sentían uno con el paisaje que los rodeaba. Sabían, por primera vez, que aún las plantas y los animales formaban parte de ese misma unidad que ellos integraban.

X
Pocos días transcurrieron en ese lugar pero las experiencias fueron sumamente intensas. El aprendizaje combinaba las técnicas del anciano y las enseñanzas en sueño. Nadie quería partir. Una paz extraordinaria llenaba sus mentes, sus corazones y su cuerpo. Sin embargo, en cierto momento, cada uno sintió que ya era tiempo. Comenzaron a sentir esa inquietud que indica que es hora de llevar a la práctica todo lo aprendido. El anciano lo sabía. Se paró ante ellos, en el centro de la vieja y pequeña catedral gótica en la que habían estado trabajando desde que llegaron allí. Primero lo vieron volverse casi transparente para que, en apenas un segundo, quedase transformado en una luz brillante como el diamante, irradiando haces iridiscentes en todas direcciones. En medio de esa luz, su voz sonó con claridad:

“- Hermanos, mi misión está cumplida. Aún cuando todavía uds no lo ven, yo ya contemplo a la Galaxia transformada en una sola Luz, brillando en Unidad y Amor. Su trabajo, junto con el de cientos y miles desparramados por todos los planetas del sistema, logrará el milagro final. Es la primera vez que se hace esto. Será la primera vez que este objetivo se logre. Cuando esté cumplido cientos y miles de maestros saldrán disparados hacia todo el universo para testimoniar lo que cada ser que lo habita puede lograr, para dar testimonio de su verdadero origen y de su verdadera herencia. Nunca jamás duden de lo que han logrado hasta ahora. El tiempo ha llegado para que cada uno sea testimonio de la Verdad Absoluta. Tocarán esta Verdad con sus manos y, gracias a ello, podrán mostrarla. Caminen con firmeza, han ido más allá que cualquier otro. Hablen con gracia y con paciencia, pero nunca se dejen intimidar y que la fuerza de su voz deje ver la fortaleza interior que los ha sostenido a lo largo de la pruebas. Verán ahora, por última vez, a sus chispas divinas volar por encima de sus cabezas, para fusionarse finalmente con uds para toda la eternidad. En poco tiempo, el planeta color maíz que uds. conocieron tan bien, dejará de existir. Algunos pensarán que una tragedia cósmica tuvo lugar. La verdad es que su misión también estará cumplida y recibirá la merecida recompensa de unirse a los que hoy estamos trascendiendo. Así es, no se equivoquen, cada uno de estos planetas que uds.habitan o visitan, incluso aquellos que ni siquiera saben que existen, son ellos mismos un ser divino en manifestación. Cada uno se ha ofrecido al Dios Creador como escuela de aprendizaje y crecimiento que sostenga y apoye a cada ser que va en camino de unirse a la chispa divina. Hónrenlos y admírenlos. Tamaño sacrificio es imposible de igualar. Llegará un día, al final, cuando cada uno de ellos logre manifestar su auténtica esencia y, entonces, la Galaxia adquirirá una forma totalmente nueva e inesperada. Contemplaremos ese proceso juntos, como uno solo. Sigan sus caminos desde hoy. Cada uno de uds. conforma una parte del todo que son los tres juntos. No se dejen engañar. Ninguno de uds. vale nada por sí mismo. Sólo en función de su unidad. Hoy, son sólo uds. tres, en poco tiempo serán miles. Desde aquí los acompaño junto a la totalidad de los seres que somos. Nosotros, los que parecemos muchos, somos Uno. Uds., los que se creen solos, son muchos. Su Unidad se manifestará en el tiempo por venir. Cuiden mucho de las nuevas crianzas. Son la luz que encarna. Ya son uno, ya son uno. No los abandonen. Tú, Sat Bhaján, que sabes escuchar en el corazón de los seres, escucha a los pequeños, porque su sabiduría será guía. Que Dios los bendiga en su Camino y la Fuerza del Amor allane su Sendero. Desde aquí los bendecimos. Desde aquí los acompañamos.”

Dicho esto, la luz comenzó a expandirse de tal forma que pareció cubrir el planeta entero y el cielo que lo rodeaba y, en un segundo, pareció estallar en el aire, desapareciendo.

Sat Bhaján, Elíades y Alahel se sintieron bendecidos. Su fortaleza interna, la claridad de su misión, el conocimiento pleno de su lugar en el mundo habían adquirida una solidez y firmeza tal, que no había palabras que lo expresaran ni dudas que los turbaran. Eran uno, no solo entre ellos, sino con el Padre Dios Creador. Era tiempo de comenzar. En silencio, tomaron sus pequeños equipajes, ascendieron a la nave y partieron.

XI
De mutuo acuerdo, se dirigieron al planeta de Alahel. Allí la sabiduría permanecía viva, sólo que disimulada bajo un acuerdo de silencio. Debían lograr convocar al Consejo para hacer su declaración solicitando que la verdad fuera mostrada tal cual era. No tenían idea de cómo hacerlo. El Consejo no era algo que estuviera al alcance de cualquiera. Sólo ellos decidían cuándo reunirse y qué temas tratar. Entonces, vieron que era tiempo de comenzar a usar todo lo aprendido. Entraron en una meditación unificada, fusionando sus esencias mientras visualizaban el objetivo a lograr en nombre del Padre Dios que todo lo Crea.

Al llegar a casa, Alahel se encontró siendo esperado por una comitiva enviada por el Consejo para escoltarlo a él y a sus amigos al salón de reuniones. Para su sorpresa, descubrieron que no sólo el Consejo se había reunido allí, sino los gobernadores de las cuatro regiones y los dirigentes más prominentes del planeta. En la pared principal, cientos de fotos estaban siendo proyectadas. Podían reconocer algunas de ellas. Eran las que habían traído del planeta-boya, pero las otras les resultaban desconocidas aunque familiares.

El miembro más joven se acercó al estrado y comenzó a hablar. Alahel no recordaba haberlo visto antes. Quizás no le había prestado atención por la edad que aparentaba. No dejaba de preguntarse qué tendría para contar. Su sorpresa fue mayúscula.

“- Miembros del Consejo, ciudadanos planetarios. Hace sólo dos noches atrás, mi maestro, quien ya no nos acompaña físicamente en este Consejo, pero cuya energía ha regresado a la Unidad con el Padre Dios Creador, vino a recordarme mi misión. Mucho tiempo atrás, cuando apenas me había unido a uds. su extraordinaria sabiduría se convirtió en guía para mí. El primer mensaje que tuvo para entregarme fue el conocimiento de la misión que me tocaría cumplir en este momento en particular. Nuestro planeta ha ocultado discretamente una enorme sabiduría que ya es tiempo de develar. Las fotos que uds.ven proyectadas son una combinación entre las del planeta que conocimos hace poco tiempo y las de las excavaciones realizadas en nuestras propias tierras. Como todos podemos apreciar, las construcciones y los canales serpenteantes son esencialmente las mismas. Recuerden la plataforma rectangular de techo plano que se halla en el centro donde nuestras dos avenidas se cruzan y, que ya sabemos, se ha encontrado en otros planetas aunque permanecen ocultas para la mayoría de sus habitantes. Nuestro planeta, largo tiempo atrás, fue él mismo un planeta-boya. Cientos y miles de chispas divinas se alojaron aquí. Sólo que, en aquel momento, no estaban tan alejadas de nosotros. No lograban integrársenos plenamente porque no habríamos las puertas de nuestro interior para permitirles entrar. El tiempo ha llegado para que esto venga a la manifestación. Tenemos que liberar el secreto tan cuidadosamente guardado, porque es tiempo de convertirnos en un faro que señale a la Galaxia la auténtica identidad de todos los seres que la integran. Alahel ha recorrido un camino extraordinario en poco tiempo. Su energía se hermana con la mía y la de nuestro maestro. Sus compañeros de camino, son parte ahora, de nuestra propia realidad. Conformamos una unidad de propósito superior destinada a elevar la conciencia planetaria. Les pido hoy, a todos uds, que votemos unánimemente por el levantamiento absoluto del secreto y que las construcciones sean expuestas abiertamente. Solicito mi relevamiento del puesto que ocupo para unirme al trabajo de Alahel y sus compañeros.”.

Dicho esto, bajó del estrado, se quitó las identificaciones que portaban los miembros del Consejo y vestido como uno más, pasó a sentarse junto a Elíades, Sat Bhaján y Alahel, quien parecía no terminar de salir de su asombro por el resultado de los acontecimientos.

A su declaración siguieron largas discusiones sobre cuál era la decisión correcta. En esencia, nadie ignoraba que aceptar la propuesta de Sat-Murá, como se llamaba, significaba un cambio drástico en la vida del planeta y de cada uno de sus habitantes. Perderían su relativa tranquilidad favorecida por la posición distante que ocupaban. No bastaría ya con saber que contenían en sus tierras una sabiduría ancestral, sino que deberían vivir de acuerdo a ella. Nadie estaba totalmente seguro de que los habitantes del planeta estuvieran decididos a tomar semejante compromiso. Las horas pasaban sin que se llegara a conclusiones claras. Algunos proponían llevar el mensaje a cada uno de los cuadrantes para que se votara la decisión en forma comunitaria. Otros se oponían drásticamente porque si algunos cuadrantes no aceptaban y otros sí, sería difícil gobernar el planeta. Temían que una guerra se desatara. Había quienes opinaban que podían ir abriéndose las excavaciones y ver cuál era la reacción de los pobladores. Muchos estaban de acuerdo en un plan gradual, a ser llevado a cabo por etapas y a lo largo de bastante tiempo. Sin embargo, los cuatro sabían que eso no era posible. El tiempo urgía y las decisiones y, sobre todo, las acciones, debían llevarse a cabo cuanto antes. Entonces Elíades tomó la palabra.

“-Los saludo. Mi nombre es Elíades. Fui quien puso su pie en el planeta maíz tostado, o al menos eso intenté hacer. Yo he sido bendecido con un proceso personal que nunca soñé que fuera posible. Mi vida entera fue cambiada dramáticamente y, sin embargo, nada fue doloroso ni brusco y los resultados han sido maravillosos. No hay nada más trascendente para cualquier ser que habite esta galaxia que encontrarse consigo mismo. Sí, así es. Todo este viaje, todo este peregrinar, todas nuestras prácticas y aprendizajes, la charla que tuvimos hace un rato aquí mismo, no conduce a ningún otro lugar que a nosotros mismos. Un poeta lejano, de tiempo lejanos, oriundo de un planeta azul en el otro extremo de nuestra Galaxia, dijo en uno de sus versos “No cesaremos de explorar, y al final de nuestra exploración, volveremos al punto de partida y conoceremos el lugar por primera vez”. Y de eso se trata realmente. He sido un explorador toda mi vida. No sabía qué buscaba. Al comienzo todo me fascinaba y maravillaba. Pero al pasar de los años, no puedo negar que cierta insatisfacción iba ganando terreno en mí. En última instancia, lo que descubría y experimentaba ya no me llenaba realmente. Hasta que me fue asignada la última misión. La misión más trascendente de mi vida. No puedo poner en palabras la vivencia que experimenté al unirme a mi chispa, pero sí puedo decir que todo ser que habita el Universo tiene derecho a tenerla. No subestimen a sus congéneres. Viven en un planeta donde la Verdad es conocida, pero nunca asumieron la responsabilidad de encarnarla. Es tiempo de hacerlo, y el tiempo es Ahora. Hónrense a sí mismos y a cuantos habitan este planeta regalándose el único regalo que vale la pena recibir: su plenitud, su integridad, su Ser uno con uds mismos y con el Creador”.

Sat Bhaján se puso de pie. Con enorme humildad, miró a todos los presentes y su voz sonó con una increíble dulzura y autoridad a la vez.

“- Soy oriunda de un planeta que ha vivido casi íntegramente en la oscuridad. De donde vengo, nadie quiere enterarse que hay una vida mejor, que es posible elevarse por encima de la limitación en la que viven. Sólo una extraordinaria fortaleza interna y el apoyo constante de las dimensiones invisibles de la existencia, nos han sostenido a unos pocos para avanzar en medio de la resistencia constante. Es imprescindible que se establezca en la Galaxia un planeta modelo, un planeta que muestre que el objetivo que planteamos y que se aspira alcanzar, es real. Un modelo que impida que ellos lo nieguen. Una luz que les muestre y refleje la oscuridad en la que viven. No falta educación, no falta ciencia, no falta el arte. Pero todo se vive y se valora sólo como un medio para alcanzar bienes y valoración personal. No hay amor por la creación, no hay ni un atisbo de comprensión de su real esencia divina. Están lejísimos de sospechar que tienen una chispa divina y que pueden reunirse con ella. Comparados con uds. mi planeta está en el otro extremo de la evolución. Cuantos más planetas y seres comiencen a reconocer su divinidad y fundirse con su esencia, más impulsaremos a estas almas ciegas a descubrir quién son realmente. Es una obligación moral y espiritual. Uds son la chispa que puede encender el fuego divino que arde en cada uno de nosotros. No pierdan su oportunidad de servir al Padre Dios Creador con la misión más trascendente que existe.”.

Alahel permanecía silencioso. En un silencio diferente. No sólo sabía que no debía agregar una palabra a lo dicho por sus amigos, sino que mantenía un silencio interno que lo integraba fuertemente con la totalidad de su ser. Sabía, en ese momento, que alguna energía especial irradiaba desde él y fortalecía el sentido de las palabras de los demás.

El Consejo permaneció silencioso. Se decidió llevar a cabo una práctica que sólo se realizaba a puertas cerradas: una meditación conjunta solicitando al Gran Dios Creador la respuesta a un problema que nadie podía resolver.

Los próximos treinta minutos fueron los más poderosos que ese Consejo conoció. Parecía que el Creador mismo y todos los ángeles del cielo habían descendido para participar de esa meditación. El salón se sentía atestado, aunque a simple vista, se veía suficiente espacio vacío para que todos estuvieran cómodos. Casi podía tocarse a todos estos seres invisibles que participaban en ese momento. Pronto, la atmósfera cambió por completo y todos se sentían habitando la eternidad, donde ni tiempo ni espacio existen, sólo el perfecto y absoluto Ahora.

Cumplido el tiempo y sin decir ni una palabra, cada uno levantó la mano indicando que votaban aprobando la moción de Sat-Murá. Ni siquiera se discutió cómo se llevaría a cabo. En el mismo silencio, una vez terminada la votación, todos se retiraron a cumplir cada uno su rol. Todos habían recibido sus órdenes. No había nada más que hablar. Nada más que preguntar.

XII
Los cuatro compañeros se dirigieron a la casa de Alahel. Necesitaban una base de operaciones, un lugar de referencia desde donde actuar. Sat Bhaján tenía muy presente el mensaje del maestro sobre cuidar de las crianzas. Debía pensar cómo llevarlo a cabo. Primero necesitaba interiorizarse de las costumbres del planeta. Quizás fuera más adecuado comenzar su actividad allí ya que el mensaje insistía en que ellos darían los conocimientos que ayudarían en el proceso.

Alahel le combinó reuniones con algunas de las mujeres que conocía. De ese modo también lograba integrarlas al proyecto planetario. Ellas se mostraron renuentes en un principio a hablar abiertamente de los secretos guardados. Pero pronto descubrieron que todo estaba siendo develado y la desconfianza inicial hacia la extranjera se trocó en amistad noble y sincera.

Charlando, madres y abuelas descubrieron que los pequeños insistían, en los últimos tiempos, en que extrañaban su hogar. Muchos de ellos repetían, e incluso dibujaban, una pequeña pelota color maíz y decían que, un día, irían allí, que ese era su hogar. Algunos dibujaron naves de todo tipo surcando los cielos, dirigiéndose a su planeta y hablaban de los visitantes que llegarían para aprender lo que ellos ya sabían. Pocos insistían en que pronto la luz estallaría y la oscuridad desaparecería por completo. Sat Bhaján tomaba nota mentalmente de todo esto, tratando de ordenarlo en su interior. Debían buscar la manera de ayudar a los pequeños a manifestarse plenamente. Estaban mejor preparados que los grandes para dar ese gran salto. Su conciencia aún estaba lúcida y, como decían sus madres, era imposibles hacerles conservar el secreto. Así que, en su interior, debían saber que serían los primeros protagonistas del gran cambio.

Era tiempo, pues, de buscar los medios para ayudarlos a unirse a sus chispas divinas. Sat Bhaján y las mujeres comenzaron a evaluar todas las actividades que ellos amaban realizar, especialmente el dibujo. Sat Bhaján podía ofrecer algo invaluable. Una de las pocas cosas extraordinaria de su planeta era que contaba con tinturas de colores increíbles, en una gama casi imposible de imitar por los pigmentos particulares que ofrecía la vegetación allí. Decidió intentar una primera reunión con los pequeños ofreciéndoles sus pinturas. Deseaba escucharlos de primera mano y verlos actuar.

Así fue que combinaron para reunirse en un gran salón semiabandonado, cerca del cruce de las dos avenidas planetarias. Diez pequeños de edades diversas a solas con Sat Bhaján.

La experiencia fue reveladora. Ellos tenían clara conciencia de su identidad divina. No necesitaban guiarlos para encarnarla, sólo darles la oportunidad de manifestarla plenamente. Uno de ellos la sorprendió al decir con toda lucidez: “-Nosotros sabemos bien quiénes somos y de dónde venimos. No tenemos nada que descubrir. Nuestra memoria está bien clara. Son uds. los que aún no recuerdan”. Entonces Sat Bhaján comprendió las palabras del maestro. No debía buscar ayudarlos, sino escucharlos y dejarse guiar por ellos. Debía permitirles actuar como maestros.

Les propuso, entonces, escribir un libro todos juntos. Reunirían allí todas las historias que quisieran contar y los dibujos que tan magníficamente habían realizado. Los niños la miraron. “-Son cosas del pasado” dijeron “-Ya no hay tiempo para semejante tarea. Nosotros podemos ayudarlos pero no como uds creen. Lo único necesario es escucharnos. También uds saben a dónde vamos, pero no lo quieren reconocer. Escúchense a uds mismos y a nosotros y todo será claro”.

Sat Bhaján comprendió de qué hablaban. Su lucidez era impecable. Permaneció unos minutos en silencio tratando de escuchar en su interior. No debía perder de vista que sólo eran niños y debían ser tratados como tales. Bajo ningún concepto podía creerse que eran más que eso. Sólo que sus conciencias estaban más despiertas y ninguna “negociación” con el mundo adulto y sus estructuras los había perjudicado aún. Por otro lado, traían en sí el apremio de los tiempos y, con sus juegos y declaraciones, ponían en aprietos a los mayores. Por eso mismo, eran los maestros adecuados, su sola presencia detonaba los cambios necesarios.

Decidió que, quizás, podía trasladar esas mismas técnicas de juego a los mayores para ayudarlos a liberar las verdades contenidas en ellos y romper sus estructuras. Le propuso intentarlo a las mujeres que se habían convertido en sus amigas. Ellas se miraron. Realmente, no se sentían con ánimo de cambiar la vida que llevaban ni complicarse aún más. Pero, en su interior, sabían que era el tiempo. Así que, con bastante poco entusiasmo, se reunieron en el mismo salón que sus hijos.

Comenzaron con grandes superficies en las que dibujaron un gran círculo. Cada una pintaría en su interior todo lo que deseara o sintiera. Las mujeres se quedaron mirando el espacio vacío que tenían ante sí. Hacía tanto tiempo que no emprendían una actividad como esta, que ya ni recordaban cómo hacerlo, qué mecanismo interno activar para que la creatividad fluyera.

Una de ellas, decidió lanzarse a jugar con los colores. Estaba realmente encantada con las increíbles gamas que ofrecían las pinturas de Sat Bhaján. Antes que se diera cuenta, estaba totalmente entregada a su creación, habiéndose olvidado por completo de sus amigas y de por qué estaban allí. Al verla, las demás comenzaron imitándola hasta que cada una fue encontrando su voz interior que las guiaba en la obra. De pronto, el trabajo se volvió febril y el silencio encarnaba una profundidad que trascendía lo físico. Una de ellas comenzó a tararear una suave canción muy antigua de su pueblo que contaba la historia de cuando los seres aún no habían llegado al planeta y luces brillantes blanco-doradas danzaban por el espacio como hadas maravillosas encarnando la gloria de la creación. La canción describía con claridad ciudades cruzadas por canales y pequeñas construcciones piramidales. En un estribillo decía:
“Ah, el altar, ah, el altar,
Perfecto, perfecto, en su construcción original,
Reuniendo cientos y miles
Para la bendición final.”

No podían creer que hubieran recordado la canción. En seguida las demás estaban cantando con ella. Hubieran jurado que ya nadie la recordaba porque hacía mucho tiempo que no se la entonaba en ningún lado. Ni siquiera se les había enseñado a los niños.

A medida que avanzaban creando y cantando, la atmósfera se impregnaba de una aura eléctrica que despertaba viejas memorias ancestrales. Los dibujos empezaron a plasmarse con las siluetas de las construcciones originales, ahora cubiertas por el polvo de los tiempos, y las siluetas de seres luminosos desplazándose en el Cielo y tomando forma en los cuerpos de los pobladores. Pronto, y sin que se lo hubieran propuesto, la totalidad de su sabiduría tomaba forma en sus pinturas. La magia creadora había logrado el objetivo. Cuando todas terminaron las embargó una mezcla de emoción, poder personal y divino. Sin duda, habían realizado un extraordinario progreso y acababan de abrir una puerta para todos los demás. Acordaron con Sat Bhaján ayudar a extender esta actividad creadora por el resto del planeta.

El resultado fue que, al hacerlo, la expansión de la luz creció en forma exponencial. Por unos pocos que iniciaban el proceso deliberadamente, cientos alcanzaban su progreso en forma casi instantánea. En verdad, todos eran uno y podían sentirlo. La unidad que encarnaban comenzaba a transformar la vida en el planeta. Los cuartos en que el planeta estaba dividido comenzaron a integrarse ellos mismos. Los climas se hicieron semejantes. Nuevos caminos surgieron en forma de rayos de una rueda desde el punto central en que las avenidas se cruzaban. Nadie sabía cómo sucedía, pero cada noche, algo se había modificado. La vieja plataforma rectangular de techo plano fue desenterrada para que ocupara su lugar de honor. Los mayores al recordar la canción, comprendieron que eso era efectivamente la plataforma: el altar donde recibirían la bendición final.

XIII
Desde otros planetas, comenzaron a observar el proceso con detenimiento. El planeta cambiaba día a día. Su luz se hacía cada vez más intensa y un rostro parecía dibujarse en su superficie, mirando hacia el resto de la Galaxia, sólo que sus ojos y sus labios estaban cerrados. Algunos seres decidieron que era tiempo de enviar exploradores a ver qué sucedía en realidad. Muchos temían que el aumento de luminosidad pudiese estar indicando la posibilidad de que estallara en miles de pedazos que chocaran contra el resto de los planetas y creara un desequilibro general. En cierto sentido, tenían razón. Su progreso traería serios desequilibrios que, finalmente, llevarían a un progreso general. Como siempre, cada cambio genera una crisis, y cada crisis el caos para poder así construir un orden nuevo. Todos aquellos que habían recorrido un camino personal de crecimiento y descubrimiento interior lo sabían bien. Y, algunos de ellos, eran los que observaban al planeta.

Así fue que, de a poco al principio, comenzaron a llegar exploradores de los planetas más cercanos, los que se sentían más expuestos al peligro de los cambios por venir. Los miembros del Consejo convocaron a Elíades para que los recibiera y les explicara la situación. Los visitantes lo miraban sorprendidos pero conocían bien su reputación y, muchos de ellos, sabían del cambio que él había dado al regresar. De lo que no estaban seguros era de si ese cambio era bueno o malo.

Elíades los llevaba a recorrer el planeta y les mostraba los cambios que se habían generado. Cada uno podía, sin darse cuenta, impregnarse de la energía que ahora encarnaba el planeta como un todo y eso actuaba como un disparador de sus propias conciencias personales, proceso que no siempre era sencillo y, en muchos casos, provocaba profundas crisis internas y reacciones feroces contra el planeta y sus habitantes. Sin embargo, todo ataque era sofocado inmediatamente sin dar tiempo al agresor a dañar con su ira y su resistencia mostrándole la no-violencia como la única forma efectiva de frenar la agresión.

Sat-Murá y Alahel fueron convocados por el Consejo. Más allá del cambio “personal” que el planeta había iniciado, era obvio que estaban generando consecuencias hacia un campo que los excedía y en una dimensión que desconocían. Si bien sus miembros no se inquietaban porque eran seres de largo desarrollo espiritual, era importante evaluar las consecuencias y fijar medidas de acción. Se les consignó a ambos la tarea de viajar por la Galaxia como embajadores para reunirse con gobernantes y científicos de modo de transmitir la misión que estaban llevando a cabo y la dimensión que, calculaban, podría alcanzar.

Obviamente, Sat-Murá y Alahel fueron recibidos de maneras muy variadas. Planetas como el hogar de Sat-Bhaján no querían ni oír hablar de la posibilidad de un cambio, sin embargo, ambos lograron reunirse con sus padres y ellos convocaron a los demás miembros de ese movimiento secreto. Se encontraron todos en el desierto que los había reunido tanto tiempo atrás. No necesitaron del viento arremolinado para encontrar la plataforma. Tantos años de profundo trabajo interior les habían despertado sus capacidades perceptivas naturales y habían descubierto el extraordinario potencial que su raza podía ofrecer a la Galaxia.

Una vez allí, luego de una muy profunda meditación basada en la Unidad de la Creación, se dirigieron al grupo. “-Hermanos- comenzó Sat-Murá- una de uds. está llevando a cabo una de las misiones más extraordinarias que la Galaxia reconozca. Nosotros sólo somos mensajeros. Es nuestro deseo honrarlos por la grandiosa potencialidad contenida en los seres que habitan este planeta. Sé que ahora parece que la situación es desesperada. Han sufrido la ignorancia y la segregación, pero el potencial que uds desarrollaron está en cada uno de los que habitan este rincón de la galaxia y es tiempo de reunir toda nuestra fuerza personal para ayudar a despertarlos. El día que su planeta despierte, su luz se alineará con el nuestro, y crearemos un haz de luz tan poderoso que activaremos la llama divina en todos los que estén en su camino. No desesperen. No se desanimen. Quizás, el cambio sea más rápido de lo imaginado. Cuanto más fuerte la oposición, más rápida la caída”.

Una de las decisiones más trascendente fue tomada ese día. Nadie se escondería más. A partir de ese momento, sus reuniones serían a la vista de toda la población y se permitiría entrar a todo aquel que manifestara intención honesta, aún cuando no creyese en nada. Identificarían sus casas con una cruz dorada cruzada por un lazo diamantino para simbolizar la luz que se expande en la entrega personal y la búsqueda del Creador. Avanzarían firmemente y no volverían a dejar que nadie intentara apartarlos del camino. Los años de honesto trabajo en pos de la iluminación los habían fortalecido y ayudado a crecer en plenitud. Si en el planeta de Alahel y Sat-Murá el cambio de unos pocos había provocado semejante despertar, ellos podrían lograr lo mismo. La misión que tenían por delante era trascendente y ayudaría a aquella de entre ellos que estaba haciendo lo mismo en el otro extremo de la Galaxia. Los padres de Sat-Bhaján se sentían orgullosos de su hija y sentían que su misión personal estaba cumplida. Ahora se iniciaba una nueva etapa.

Los embajadores se retiraron para continuar las visitas. Los problemas empezarían pronto en el planeta. Si bien es cierto que a mayor resistencia, mayor caída; también era cierto que la oposición sería feroz. Intentaron todo: la persecución, la amenaza de muerte, el intento de tortura. Nada lograba doblegarlos y, al mismo tiempo, ningún acto contra el pequeño grupo de “iluminados” como los llamaban, lograba concretarse jamás, como si una fuerza más allá de todo ser estuviera cuidándolos.

Y, realmente, así era. Tal era la magnitud y trascendencia de la misión que cada uno era cuidado y protegido no sólo por sus propias chispas divinas que ya se habían integrado a ellos, sino por una fuerza superior nacida del Cielo mismo que nunca abandona a sus criaturas.

No tanto tiempo después, la situación comenzó a revertirse y los habitantes comenzaron a reconocer el potencial oculto en ellos. La plataforma rectangular fue limpiada por un viento huracanado que dejó a la vista, en aquél desierto que no interesaba a nadie, toda una red de canales y construcciones piramidales. Cada uno empezó a sentirse llamado a recorrer el lugar y, al hacerlo, eran disparadas las memorias ancestrales. Una melodía suave se entonaba en sus centros divinos, como una vieja canción que ya nadie cantaba.

Un día, desde un planeta cercano, un observador dio un brinco. Otro planeta brillaba con intensidad creciente, exactamente alineado con el primero, dibujando un haz luminoso (tal era la intensidad de la luz que emanaban) que cubría a todos los que estaban en su camino.

Seres de todo tipo comenzaron a ver cambiar sus rostros, sus tierras y hasta la luz del cielo. Y al hacerlo, sintieron que viejas armaduras construidas en sus centros amorosos se derretían como por efecto del calor de la luz. Los planetas cambiaban sus fisonomías. Nuevos caminos aparecían de la nada. Viejas construcciones eran traídas a la luz, desenterradas como por una fuerza misteriosa que develaba viejos secretos contenidos en el corazón mismo de los planetas. Todo un sector de la Galaxia cambiaba en una dimensión y a una velocidad que nadie comprendía. Comenzaron a temer que esto no fuera más que el anuncio de su propio final.

XIV
Un nuevo desafío se presentaba ahora. Debían lograr expandir esa luz en el otro lado de la Galaxia. Eliades recordó que, cuando comenzó su entrenamiento de piloto y explorador, entre los jóvenes que lo acompañaban, había uno muy particular venido de un planeta difícil de conocer, en el extremo sureste de la Galaxia. Si lograba contactarlo e iniciar allí el mismo proceso que ya tomaba forma en el lado izquierdo, lograrían una triangulación de luz que dispararía el crecimiento espiritual de todo ese rincón del universo.

Elíades recordaba que era un ser muy particular. En apariencia, se mimetizaba con los demás, y al mismo tiempo podía percibirse en él algo así como un aura luminosa que lo seguía donde fuera que estuviera. Mientras todos se dedicaban a burlarse de sus entrenadores y a quejarse de los arduos entrenamientos, él parecía flotar por entre las dificultades manteniendo una sonrisa suave. Cuando trataban de integrarlo al grupo de los quejosos, sólo contestaba que la vida no era tan dura y que, bien mirado, todo tenía su aspecto positivo; que él prefería ver lo bueno. Les insistía en que reflexionaran sobre el hecho de que cuando uno ve lo mejor en las cosas, todo es más sencillo y la vida más alegre. Sólo que a todos les parecía más divertido quejarse y jugar sus roles de víctimas de sus profesores.

Alahel, Elíades y Sat-Murá comenzaron a buscar información sobre el planeta. Este último trataba de recordar si alguna vez algún representante había ido a visitarlos. Visitó a sus amigos del Consejo, y uno de ellos les dijo todo lo que se conocía hasta entonces. Muchísimo tiempo atrás, cuando este ser apenas comenzaba sus funciones en el Consejo, un extraño visitante se presentó ante ellos. No era un ser común. Una brillante luminosidad lo rodeaba, aunque su aspecto era tan común que se dificultaba recordar su rostro. Nunca supieron de una nave que hubiese aterrizado, ni que hubiera solicitado hablarles. Sólo apareció en medio del Salón de reuniones y comenzó a hablar. Parecía haber algo en esa aura luminosa que atraía la atención inmediatamente, porque ni bien apareció, todos giraron su cabeza hacia él.

Les contó que venía del otro extremo, de un planeta que difícilmente pudieran explorar alguna vez pero que, algunos de sus miembros, estarían en condiciones de visitarlo y que, en un futuro no tan lejano ambos planetas trabajarían juntos en una de las misiones más extraordinarias que se tuviera memoria.

Nadie comprendía de qué estaba hablando y, antes que pudieran contestar, se había marchado exactamente como llegó.

Con estos datos, los tres amigos, se retiraron para estudiar el planeta con sus equipos. Descubrieron que no era tan sencillo. Su luz era bien definida, sin embargo, parecía difícil de ver con la tecnología disponible. Debido a eso, nadie había insistido en tratar de conocerlo. Aparentemente, estaba envuelto en una capa nubosa que reflejaba a los telescopios, devolviendo la imagen del que estaba mirando. Los aparatos que intentaban medir sus dimensiones físicas, fallaban, quizás por la distancia, quizás porque sus componentes no fueran identificables para su tecnología. Finalmente, decidieron iniciar una misión de exploración. Partirían los tres juntos ya que cada uno representaba un área diferente y se complementaban bien entre sí.

Cuando estaban por llegar, sus instrumentos comenzaron a trabajar de forma extraña, como tratando de acomodarse a datos que no habían manejado anteriormente. Mientras trataban de resolver algunas de las anomalías técnicas que comenzaban a manifestarse en diferentes lugares de la nave, una imagen llegó clara a una de sus pantallas. Una pirámide color maíz tostado parecía levantarse en el centro geográfico del planeta. Sus paredes parecían tener inscripciones talladas desde su vértice hasta la base y de derecha a izquierda. De la base de la pirámide cientos de canales se abrían en forma de abanico, como rodeando la totalidad del planeta. La capa de nubes había desaparecido y se encontraban frente a un planeta de atmósfera límpida, respirable y luminosa. Buscaron un lugar donde aterrizar su nave, tratando de comunicarse con algún centro de operaciones. Sin embargo, no podían detectar ninguno. No se veían construcciones ni movimiento humano o similar de ninguna clase. Salvo por la pirámide y los canales, no había nada más en la superficie del planeta. Empezaban a pensar que se habían equivocado cuando una voz resonó en el interior de la nave. Con voz suave, pero firme, manifestando una poderos autoridad, les indicó un lugar, a la izquierda de la pirámide donde dejar en suspensión su nave. Deberían bajar al planeta por su sistema de transportación molecular habitual.

Al descender, descubrieron que nunca llegaban a apoyar realmente sus pies en el piso, como si una alfombra de alguna energía los mantuviera levemente suspendidos y flotando por encima. De ese modo, ningún ser viviente en la tierra era dañado.

Un ser vino a recibirlos. Sonrió abiertamente a Elíades y le dijo “-Hola viejo amigo, sabía bien que de todos los de aquella clase, tú serías el primero en llegar aquí”. Elíades no comprendía en absoluto de qué le hablaba, apenas sí podía reconocerlo. Su anfitrión los llevó a la gran pirámide y les explicó su significado. “-Están en el planeta madre de todas las chispas divinas de este sector de la Galaxia. Hay otros como él repartidos en diferentes lugares del universo esperando el momento que nosotros estamos manifestando ahora. Los que habitamos aquí somos quienes mucho tiempo atrás decidimos fundirnos con ellas y contribuir con el servicio de traer al resto de la Galaxia a su plena manifestación. Uno de uds.vive desde hace un tiempo con nosotros. Él les transmitió mucha de la enseñanza que recibió de nosotros mientras crecía, en sus sueños, así como uds. la recibieron cuando estaban con él en aquel lejano planeta cuya civilización se había extinguido presa del odio y el egoísmo. Hoy, es uno de los maestros residentes y se funde en nosotros en una meditación universalizadora trayendo y expandiendo la Luz Creadora. Nuestra existencia no es realmente física. Habitamos una dimensión diferente, pero podemos tomar forma cuando es necesario. Sin embargo, ahora mismo, son uds. los que han sido transportados a una dimensión más sutil de manifestación para poder armonizar con nosotros y para que experimenten por sí mismos lo que le espera a la Galaxia cuando el proceso se haya cumplido. Esta es la razón por la que sus instrumentos no pueden estudiarnos. La Gran Pirámide que reina en el centro cuenta en sus paredes la historia que estamos escribiendo. Como vieron, cientos de canales nacen de su base, como gajos de un fruto que funden los polos opuestos en una sola totalidad. Todos los que habitamos aquí somos maestros esperando a ser llamados al servicio. Cuando el planeta del que vienen y el nuestro vibren al unísono, la Galaxia entera estallará en Luz y la Gran Misión estará cumplida. Un ciclo sin igual se iniciará y la manifestación divina alcanzará su plenitud completa.”

Estaba claro que se encontraban en el planeta correcto y que no por azar, Elíades había sido contactado por este ser en su juventud. Podían ver desplegarse ante sus ojos un gran plan que había colocado cada pieza de un rompecabezas gigante en el lugar exacto para terminarse de armar en ese ahora.

Su anfitrión los llevó a reunirse con una serie de maestros que les darían indicaciones especiales para alinear ambos planetas. La emoción fue grande al encontrarse con el anciano del Consejo. Sat-Murá abandonó todo su entrenamiento y formalismo y corrió emocionado a fundirse en un gran abrazo con quien había sido su maestro silencioso. El anciano le sonrió con satisfacción. No sólo ninguno de sus alumnos se había perdido, sino que eran quienes comandaban uno de los procesos más maravillosos que cualquier alma pudiera atestiguar.

Permanecieron allí por un tiempo imposible de definir, tal era la conciencia del Absoluto Ahora que los embargaba. Recibieron todas las explicaciones e indicaciones necesarias. Ensayaron los procedimientos para no errar ninguno. Sin embargo, fueron tranquilizados por los maestros al recordarles que, cualquier dificultad, sólo dirigieran sus pensamientos hacia ellos y la respuesta llegaría inmediatamente. Cuando todo estuvo terminado, fueron trasladados nuevamente hacia su nave, la que partió en el acto.

Al volver a su real dimensión, los tres se sentían bastante incómodos. Había sido muy agradable esa sensación de liviandad, de ser etéreo que habían experimentado. Se encontraron deseando encarnar esa nueva realidad lo antes posible.

Al llegar se reunieron con el Consejo, los dirigentes, las mujeres que trabajan junto con Sat-Bhaján y todo aquel que deseara participar. Las reuniones ya no eran exclusivas y la población estaba en condiciones de integrar todas las decisiones a la par de sus gobernantes. Les comunicaron todo lo enseñado en el planeta-madre. De inmediato se puso manos a la obra y, para su asombro, vieron cómo cada procedimiento desencadenaba los sucesivos potenciando cada paso que se daba. Antes que se dieran cuenta, la triangulación estaba completada. La Galaxia brillaba en una Luz única, esplendorosa, destellante. Los planetas incluídos en la triangulación empezaban a manifestar los cambios físicos que ya habían tenido lugar en los demás. Sus habitantes, aunque rebeldes en un inicio, pronto cedían a la vieja añoranza del Hogar perdido y se fundían rápidamente con sus chispas divinas. El proceso crecía exponencialmente y todos agradecían ser testigos de semejante proceso y haber sido bendecidos con la experiencia del Amor Incondicional que los había movido a entregar todo de sí para completar la Misión Final.

XV
Desde otros lugares del universo, los científicos se alarmaron al ver el incremento de luz en un sector lejano. Ajustaron sus telescopios para indagar qué estaba sucediendo y descubrieron que allí donde antes había una Galaxia, había un rostro enfocado hacia el universo, con sus ojos cerrados, esperando abrirlos y sonreir a cada planeta que alcanzara la iluminación.